Encuestas que no sirven

Apenas conocidos los pormenores de la Reforma Política aprobada por el Congreso de Quintana Roo a finales de octubre.

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Apenas conocidos los pormenores de la Reforma Política aprobada por el Congreso de Quintana Roo a finales de octubre, se difundieron las primeras encuestas rumbo a la elección de 2016, cuando los electores elegirán gobernador, 11 presidentes municipales y 25 diputados locales: 15 de mayoría relativa y 10 de representación proporcional.

Solían definir a las encuestas políticas como una imagen instantánea, una predicción precisa, facilitadora de la transición o espejo de las necesidades ciudadanas, pero han perdido credibilidad por su manejo inapropiado y su difusión dirigida a conveniencia. Cada vez que hay elecciones se utilizan como recurso obligado, generando más polémica que certezas.

Son fechas en que aspirantes y partidos usan esta herramienta con gran impacto, aunque puesta en duda con mayor frecuencia porque beneficia, por supuesto, a quien la paga y propaga. De ser adversa para el promotor no tendría razón ni motivo.

Su empleo inevitable ha provocado una especie de neurosis que convierte al aspirante en un ser dependiente de lo que se supone piensan o creen los demás de él, de sus acciones, de los supuestos logros y de sus evidentes pretensiones. A esa fijación se le ha denominado “encuestitis”, una rara pero común “enfermedad”, al parecer sin remedio.

En ese afán por convencer, la mayoría se vuelve hipócrita, magnifica o miente, como si el ciudadano no supiera quién es quién, como si eso bastara para colocarse en una posición ventajosa frente a sus adversarios, como si sólo de ellas dependiera su futuro y no de las cúpulas o los acuerdos entre los verdaderos líderes.

Casi todos los partidos recurren a ella: desde los chicos, operados por auténticas franquicias familiares, hasta los grandes, cuyos representantes son ungidos por otros factores y no exclusivamente por dicho instrumento de medición. Aun así la invocan para darle emoción al proceso, para oxigenar las negociaciones en desarrollo o prolongar una batalla estratégica para el jefe o partido al cual representan.

El ciudadano, y más el votante, está cansado de instrumentos manipulados y de autoridades que prometen y no cumplen. Precisamente esto se debe en parte a la fiebre que causa la “encuestitis”, ya que muchos se guían por sondeos para atender asuntos que en apariencia le urgen a los habitantes, aunque no se dan el tiempo para comprobarlo. Creen, pues, que la encuesta es todo, cuando apenas es un indicio.

Por estas fechas, cuando el calendario electoral comienza a precipitarse, aparecen “otros políticos”, pero no se avizora una “nueva política”. Ya empezaron a salir las primeras, tan ficticias como improductivas para los que eligen; porque lo cierto es que, si bien las fallas no la invalidan como ejercicio, si son falsas claro que sí.

En una época como la actual, cuando cobran relevancia los ejercicios de política comparativa, con sociedades que expresan el descontento y el reclamo, la encuesta debiera ser relegada a un plano menor ya que sirven para tareas específicas, aun cuando no convenzan a casi nadie.

Ante la desconfianza contra los servidores públicos, los dirigentes partidistas y los “suspirantes”, es necesario establecer nuevos mecanismos que garanticen certidumbre y no aquellos que conspiran contra la necesidad de esa nueva política, como la encuesta manipulada.

Los estudios de medición ya divulgados en la entidad forman parte clave del ambiente pre electoral, pero no proveen información genuina acerca del apoyo con el que cuentan los candidatos o fuerzas políticas, ni cuáles son los temas que interesan más a los posibles electores, sino más bien intentan acomodar a unos y sacar de la jugada a otros. Y así de poco o nada sirven.

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