Entre la izquierda y la derecha

Tenemos que encontrar un camino que garantice los derechos del individuo y al mismo tiempo asegure los de la comunidad.

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El siglo XX vivió el enfrentamiento de dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética, ambas con una muy particular visión de la historia, el ser humano, la sociedad y la economía; la Guerra Fría fue un enfrentamiento que tuvo muy poco de frío y estuvo a nada de incendiar el planeta en al menos un par de ocasiones. Dos visiones diametralmente opuestas, la capitalista de Estados Unidos que privilegia los derechos individuales y la de la Unión Soviética que daba preponderancia a los derechos colectivos sobre los personales.

El sistema capitalista demostró ser mucho más eficiente en la generación de riqueza, lo que no significa en lo absoluto que sea justo en su distribución. Basado en un liberalismo que en no pocas ocasiones cae en el libertinaje, el capitalismo no tuvo en realidad que acabar con el socialismo, ya que éste cayó por su propia inoperancia, por su absoluta incapacidad de generar todos aquellos satisfactores que las sociedades modernas demandan. 

La restricción de las libertades individuales fue el talón de Aquiles del socialismo, sus ciudadanos carentes de la posibilidad de tener la propiedad privada, incluso de sus propios hogares, encontraban nulo interés en esforzarse, ya que nunca tendrían derecho a la propiedad de lo que trabajaran.

A finales del siglo XX  pasamos de un mundo bipolar a un mundo con una sola superpotencia dominante; lo que siguió fue la rendición ideológica de prácticamente todos los países ante el becerro de oro del sistema de mercado, incluso China acabó transformando su economía dando lugar a una de la que abominarían con seguridad Marx, Engels y Mao Zedong: un país en el que existe la propiedad privada e imperan las leyes del mercado, tan capitalista como cualquier otro del mundo, pero, eso sí, teniendo un férreo control sobre las libertades políticas de sus habitantes. En realidad, China terminó siendo un país capitalista con una dictadura de partido, el todopoderoso y erróneamente llamado Partido Comunista Chino.

El fracaso total del sistema socialista en elevar el nivel de vida de sus pobladores contribuyó al endiosamiento actual del sistema capitalista, un liberalismo que se adueña de todas las naciones y acaba determinando no sólo los medios de producción, sino que establece a la medida de sus intereses los sistemas de justicia, salud, educación y condiciona las relaciones internacionales, la migración e incluso el arte, la moda y la diversión.

Por estos días México se convulsiona con protestas de maestros y médicos, quienes se rebelan ante la pretensión del gobierno de reestructurar ambas áreas bajo los dictados de organismos internacionales como la OCDE, que proponen abrazar un liberalismo exacerbado que en ocasiones va contra las garantías ciudadanas logradas por la Revolución Mexicana.

El hecho en sí es que ambos sistemas son igualmente perversos y atentatorios contra la dignidad humana. Por un lado, el socialismo privilegiando los derechos de la sociedad y negando los más elementales derechos individuales; por otro, un capitalismo salvaje preocupado por conceder toda clase de egoístas derechos al individuo, olvidando la importancia del bienestar común.

No nos engañemos, si el socialismo totalitario y castrante de las libertades individuales no era el camino para México, un liberalismo que considera el trabajo una mercancía que se compra y se vende negando la dignidad humana de los trabajadores que lo realizan, convirtiéndolos en un producto más del mercado, tampoco será la mejor vía para nuestro país.

Tenemos que encontrar un camino que garantice los derechos del individuo y al mismo tiempo asegure los de la comunidad, abandonando las posturas extremas del socialismo y el capitalismo, privilegiando un país en el que los derechos individuales y sociales se desarrollen en sana convivencia, evitando la diabólica inclinación a entronizar como verdad absoluta a una de las dos posiciones, ambas erradas, ya que, si el ser humano es un individuo, sólo es plenamente humano en la interacción social.

Contra lo que se podría esperar, el capitalismo liberal a ultranza, originado en la civilización cristiana occidental, es profundamente anticristiano en la medida que promueve el egoísmo individual y se olvida del amor al prójimo reflejado en una justicia social que debe ir más allá de los intereses del lucro y la ganancia de las empresas que hoy dictan el ritmo de vida de nuestras sociedades.

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