Entre la luz y yo

He pasado la segunda parte de mi vida rompiendo las piedras, perforando las murallas, taladrando las puertas y apartando los obstáculos que interpuse entre la luz y yo durante la primera parte de mi vida: Octavio Paz.

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En el centenario de su nacimiento, se multiplican publicaciones y homenajes a Octavio Paz, figura dominante de la vida intelectual de México durante la segunda mitad del siglo XX.

El Senado decretó 2014 como año de Octavio Paz, mientras que en sesión solemne de la Cámara de Diputados se realizó el evento inaugural de una larga lista de actividades conmemorativas que se pretende realizar este año; a tono con su carácter de representación popular, se destacó la vocación democrática y plural del escritor. 

Si antes el poeta incomodó por su lucha contra dogmatismos de Tirios y Troyanos, totalitarismos de diestra y siniestra y la cultura como civismo, hoy su figura ha entrado en lo que podemos llamar “zona de confort”, en la que unos, los más renuentes, pueden optar por callar y otros, los más diletantes, por ensalzar sin el menor asomo de disonancia.  

Apenas a 16 años de su fallecimiento, su figura dejó de ser tan molesta, igual que sucedió con la de Juárez, aunque con éste mucho tiempo después de su muerte: su principal opositor en el bando liberal, que incluso intentó derrocarlo dos veces, Porfirio Díaz, lo llevó a los altares de la Patria precisamente en otro centenario, el de la Independencia, entre otras cosas inaugurando el Hemiciclo a Juárez. 

El “confort” y el panegírico no alcanzan aún para que el nombre del poeta sea inscrito con letras áureas en el recinto legislativo -no me lo imagino como símbolo patrio-, ni para un ciclópeo y marmóreo monumento como el Hemiciclo a Juárez, pero sí para emitir un timbre postal, siempre bello homenaje, y un billete de la lotería.

Alguien por allí amplifica a Paz como prócer: “México no debe recordar a Octavio Paz sólo como el escritor y el Premio Nobel, sino como el verdadero defensor de la democracia y la libertad”. En cambio, Rafael Tovar y de Teresa recuerda más serenamente al poeta y pensador esencial: “No una idea única y central, sino una diversidad armónica. No una verdad, sino varias versiones de la realidad. No un monólogo, sino una conversación”.

Al fin, como bien decía el mismo Paz refiriéndose a nuestras tormentas, claridades y confusiones interiores: “Nuestras pasiones no son los ayuntamientos de las substancias ciegas pero los combates y los abrazos de los elementos riman con nuestros deseos y apetitos”. 

Como Dante, el poeta inició a la mitad del camino de su vida una vía de liberación, aunque no por las rutas del cielo y el infierno, sino por las del descubrimiento interior, del que nos informa en Trabajos del poeta: “Difícilmente, avanzando milímetros por año, me hago un camino entre la roca… me detengo y contemplo mi obra: he pasado la segunda parte de mi vida rompiendo las piedras, perforando las murallas, taladrando las puertas y apartando los obstáculos que interpuse entre la luz y yo durante la primera parte de mi vida.” Tal vez leyéndolo, encontremos parte de esa revelación.

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