Esa eterna escasez

Las leyes del mercado no tienen ni palabra de honor ni respeto a los más necesitados; es decir, el mercado tiene caprichos que causan tremendo daño a los sectores sociales más desprotegidos.

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Quizá no comprenda la economía, pero tampoco la economía me comprende a mí.- Lin Yutang

Uno de los problemas más importantes al que siempre nos enfrentamos los seres humanos es la dificultad de resolver favorablemente el llamado principio de escasez. Este consiste en que ante las ilimitadas necesidades humanas siempre se anteponen los limitados recursos para satisfacerlas. Esta tendencia es hacia la escasez.

A la económica se le suele definir en dos vertientes, por una parte, como la ciencia que administra la abundancia y, por la otra, como la ciencia que administra la escasez. Es como la parte del vaso que se quiere visualizar: medio lleno o medio vacío.

Desde que recuerdo, siempre he escuchado que escasea tal cosa, que tal servicio no alcanza o que no se puede porque “no hay”. Ha sido una constante y seguirá siéndolo. Si bien es cierto que no se puede administrar lo que no hay o no existe, también es cierto que lo que se subsana es la escasez. Los más agudos críticos dirían que hay escasez de todo, hasta del intelecto.

La ciencia económica tiene varias preguntas que responder: ¿cómo, qué y para quién producir? Dependiendo como se pretenda resolver este problema de la escasez será entonces la forma que adopte el Estado. En la actualidad, la idea aparentemente triunfadora es la que sostiene que “el mejor Estado es el menor Estado”, es decir la glorificación y triunfo del laisser faire, laisser passer (dejar hacer, dejar pasar). El estatismo está fuera de moda, para muchos es un tema superado.

En los últimos años los gobiernos son simples generadores de condiciones básicas necesarias para que los particulares realicen las actividades económicas creadoras de bienes y servicios y que conlleven a conseguir fuentes de trabajo para los ciudadanos en aras de generar condiciones de vida digna.

El problema estriba en que las leyes del mercado no tienen ni palabra de honor ni respeto a los más necesitados; es decir, el mercado tiene caprichos que causan tremendo daño a los sectores sociales más desprotegidos, por lo que el Estado deberá “meter las manos” por ellos, ésta es una responsabilidad ética de los funcionarios a cargo de las instituciones del Estado. Una crisis económica, una devaluación es la oportunidad de los ricos para sacar provecho de su condición de acumuladores de capital, empero para los pobres puede ser el último suspiro de su desgracia.

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