Estos brasileños no quieren futbol

Estos brasileños crecieron en un país cuyo progreso ha sido suficiente como para promover una juventud de clase media que exige mejores servicios al Estado.

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El video se llama “No, no voy a ir al Mundial”, y ha sido visto más de un millón y medio de veces en YouTube. Su autora es Carla Dauden, una joven brasileña que pretende explicar qué hay detrás de las inmensas manifestaciones que han sorprendido al gobierno de Dilma Rousseff desde hace una semana, en la víspera de la Copa Confederaciones. Hace 20 años que Brasil no veía nada parecido, desde que el entonces presidente Fernando Collor de Mello cayera en merecida desgracia. En la superficie, las protestas del 2013 resultan difíciles de entender.

Después de todo, este Brasil tiene poco que ver no solo con el Brasil de principios de los noventa, sino con otros países que han visto protestas similares en los últimos meses. A diferencia de lo que sucede en España, por ejemplo, el índice de desempleo entre los jóvenes brasileños está en mínimos históricos. Tampoco hay motivos políticos reales: la democracia brasileña lleva un buen tiempo consolidada. ¿Qué ocurre, entonces, en Brasil? Lo que sucede es la toma de conciencia de la llamada “generación del milenio”, a la que pertenece Carla Dauden.

Como ocurriera también en Chile (y en México, con la mejor versión de los movimientos estudiantiles del año pasado), estos brasileños crecieron en un país cuyo progreso ha sido suficiente como para promover una juventud de clase media que exige mejores servicios al Estado, tiene poca paciencia con la corrupción y otros abusos y costumbres y —esto es crucial— parece tener una conciencia social muy desarrollada.

Esto último, dicen los expertos, es típico de los jóvenes de la edad de Dauden, mucho más preocupados que sus padres por la igualdad, el medio ambiente y, sí, la justicia social. A nadie debe sorprenderle que a estos jóvenes les indignen las cantidades estratosféricas que ha gastado el gobierno brasileño para prepararse para esa doble fiesta de vanidad que serán el Mundial y los Juegos Olímpicos.

Mucho menos debe sorprender que miles, como Dauden, se resistan a dar por buena la oferta de pan y circo que les ofrece el gobierno cuando ven que hay otras áreas de la vida brasileña que necesitan atención urgente. Parece increíble, pero es verdad: a estos brasileños les importa más la educación que el futbol. Merecen un aplauso: no es fácil desafiar los lugares comunes. 

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