El éxito del marketing

La relación entre estos proveedores y sus clientes es un universo simbólico auténticamente fascinante al observador.

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Uno de los fenómenos característicos de la intransición mexicana es el florecimiento de diversos servicios mercadológicos. En un espectro que va del profesionalismo a la charlatanería, se ofrece a potenciales candidatos diversos instrumentos para lograr el éxito electoral.

La relación entre estos proveedores y sus clientes es un universo simbólico auténticamente fascinante al observador. Uno de los elementos que más me ha llamado la atención es la docilidad de los políticos, de todo signo y niveles de rudeza, ante las pretensiones de los vendedores sobre la eficacia de sus productos. El modelo general de la oferta es una combinación de lugares comunes (“la televisión es la fuente de información del 90% de las personas”), peticiones de principios (“la gente no presta atención al contenido sino a la forma”) y reduccionismo (“la imagen lo es todo”), de la cual se deduce que, siguiendo una serie de acciones técnicamente planeables, cualquier campaña se puede ganar... siempre y cuando se compre lo que se vende.

La reacción más común de los clientes es el entusiasmo. La búsqueda de mayores conocimientos sobre cómo el video, el acceso a las redes sociales, la vestimenta o la oratoria pueden forjar su éxito. Cualquier consideración sobre las condiciones sociales y políticas existentes, las tendencias electorales estables o el sentido programático de lo que se promueve no sólo está ausente, sino que, en caso de aflorar, es vista como una incorrección o como una valoración impertinente, si no decididamente estúpida.

Estas escenas me resultan altamente significativas. En un país inmerso en disputas por el control de espacios políticos al margen de reclamos programáticos y compromisos con demandas sociales de gran calado, la idea de que un cargo se puede ganar comprando un producto maravilloso resulta cautivadora. Releva del esfuerzo de lograr el consenso en torno a proyectos programáticos y alivia de la obligación de entender el quehacer político y la función social del espacio de poder por conquistar.

Se trata, sin más, de los productos milagro de la postmodernidad light, que a cambio de dinero prometen bajar de peso sin ejercicio, simular pechos enormes, ganar dinero prendiendo velas, o lograr una posición política siendo un incapaz.
O tempora, o mores.

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