Fausto Vallejo, en el Viceministerio de la Felicidad

Si las cosas se quedan como ha sido hábito y costumbre, a nivel de enérgica condena y de previsibles estados de impunidad, me temo que Vallejo nada más va a estar ahí de adorno.

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Lo que nos faltaba era que nos meara un perro y que se dieran brotes terroristas, como si no hubiera suficiente terror en Michoacán.

Llamaba la atención el regreso de Fausto Vallejo como si fuera Cid Campeador o hubiera ganado algo mientras estuvo en el poder o en el hospital en un cuadro clínico que de tan laberíntico e intrincado solo se le podía comparar con el de Granier.

Raro, por no decir sospechoso, que el hombre retornara de manera tan anómala y arrebatada, con serios roces con quien estuviera a cargo mientras convalecía, un Godínez desprovisto de gracia y talante que a la menor provocación pedía auxilio a Osorio Chong. Sobre todo cuando la única victoria que tenía Vallejo era la electoral, porque de ahí en fuera en el estado las cosas habían sido de película de los Almada.

Claro, las herencias macilentas de los antecesores gobiernos perredistas son insoslayables, en particular el desastre dejado por el nada ilustre chuchista NodoyGodoyuna que a la manera de un Atila de intensa grisura, por donde pasó en los caminos de Michoacán y pueblos que fue pasando, no crece la hierba.

Todo con una pequeña ayuda de las recalcitrantes, provincianas y estultas estrategias calderonistas en su fallida narcoguerra. Algún día, en un futuro no muy lejano, al analizar las tácticas de Jelipillo (darle de escobazos al panal) los estudiosos se preguntarán en qué momento lo asesoraron El Chepo de la Torre y Vucetich.

Como sea, nomás dejaron que acabara su autocomplaciente gira mediática y que don Fausto medio se acomodara en su despacho, para que le desataran los demonios: las batallas de grupos de autodefensa que se defienden de los de autodefensa infiltrados por el narco en sus múltiples y filisteas versiones; el coctel molotov con que se atentaron las instalaciones de la CFE nomás para medirle el agua a los camotes. Y pa’ ver qué gestos hacen también los federales.

Si las cosas se quedan como ha sido hábito y costumbre, a nivel de enérgica condena y de previsibles estados de impunidad, me temo que Vallejo nada más va a estar ahí de adorno.

Pero qué tal la exuberancia discursiva de Vallejo, bañada por tan edulcorada salsa de espíritu positivo, que cualquiera diría que venía de una agresiva terapia en el Viceministerio de la Suprema Felicidad de Nicolás Maduro.

Ya, como diría el venerable Lou Reed, que aprenda a caminar por el lado salvaje de la vida. 

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