Fin de un sistema político

Nació con el brazo represor, que le dio sustento y cobijo. Generó primero el maximato y luego el presidencialismo...

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Nació con el brazo represor, que le dio sustento y cobijo. Generó primero el maximato y luego el presidencialismo, en una expresión de monarquía disfrazada o Tlatoani a la mexicana. Creó un partido de Estado donde abordó el carro revolucionario de la demagogia y la corrupción. Modeló un aparato electoral, como la maquinaria perfecta  para los votos fraudulentos y la alquimia electoral. Y aprovechó los mecanismos ideológicos del Estado, tales como la prensa, la radio y la televisión, etc., para manipular y controlar una sociedad mexicana, que ha pasado por diferentes procesos de ideologización y uniformidad en su conducta ciudadana. 

Y hoy a pesar de seguir intacto (en su interior), comienza a mostrar desgaste por el hartazgo que le provoca a un pueblo más comunicado y participativo de los asuntos nacionales. Este es el sistema político mexicano, que ha incluido la “partidocracia” en un emblema mediocre e incapaz, que ha construido en los mexicanos, grados altos y peligrosos de desconfianza y frustración.

México, sembró una revolución, en una tierra,  que jamás recogió cosechas. Aunque fue una lucha popular, el pueblo puso los muertos, y fue la burguesía la que realmente triunfó. En 1910 se desterró la dictadura porfirista, que duró más allá de tres décadas, ante el triunfo de una democracia efímera que encabezó Francisco I. Madero, fiel representante del poder capitalista, el mismo, que lo eliminó, cuando no lo necesitó más. Por ello traicionó los compromisos en el reparto agrario, tan necesario en aquel tiempo y la razón primordial de ese movimiento armado. A partir de 1929, Plutarco Elías Calles crea el partido de gobierno para ampliar su poder de más de dos décadas con el “Maximato”, hasta que es echado del país, por Lázaro Cárdenas, el mismo que empoderará el “presidencialismo”, en la figura del ungido sexenal. A partir de ahí, en nombre de la modernidad, será la estrella que ilumine los gobiernos priistas de triunfos dudosos y cuestionados electoralmente; de administraciones gubernamentales, escuchando ecos serviles de medidas económicas contra la población, provenientes de los imperialistas del norte, la tierra del tío Sam.

A pesar de la crítica, el tiempo pasado fue mejor. Hoy aterrizamos en una crisis donde el poder adquisitivo se ha evaporado del salario y sobre todo, de la mesa alimentaria de los trabajadores. 

La inseguridad abunda entre la ilegalidad del crimen organizado, la autoridad coludida en hechos deplorables, en ejemplos evidentes y por ende un Estado policiaco incapaz de controlarlo, ya no de resolver. Unos partidos políticos que no toleran, la mínima prueba de honorabilidad, congruencia y respeto ante sus correligionarios. 

Hoy el sistema político mexicano le teme ferozmente al diálogo popular. Pretende  gobernar desde su cápsula que obedece a otra realidad. Sólo cuando suceden actos reprochables e indignantes, como el de Ayotzinapa, Guerrero, o en la justa demanda de los jóvenes politécnicos, es cuando se bajan temerosos a “resolver” con remiendos lo que puede estallar a nivel nacional, convertido en protesta nacional. 

Una vez mas el sistema político surgido en 1929 (85 años) comienza a ver su decadencia porque cada día responde menos a una sociedad que exige más, hasta su fin. Al tiempo.

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