El final de 'Tercer grado'

El programa jamás fue una mesa de análisis y aquí se lo dije en muchas ocasiones. Fue un espectáculo, un juego de roles, un Ventaneando, pero con política.

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Me preocupa que se vaya Tercer grado, pero me preocupa más que se vaya así.

¿Cómo? Con sus protagonistas haciendo alarde de sus triunfos, presumiendo de haber cambiado la historia de la televisión mexicana, afirmando que jamás había existido algo tan grande, tan hermoso, tan sublime.

¿Por qué me preocupa? Porque esto nos habla de una soberbia monumental, de una soberbia que rivaliza con muchas catástrofes mediáticas que usted y yo hemos padecido últimamente.

Porque esa actitud mata la posibilidad de que el resto de la industria reconozca las aportaciones de este concepto, y porque eso nunca lo deben decir los que se están despidiendo. Lo debe decir el público.

Y, con la pena, pero aquí yo no estoy viendo la histeria colectiva que vi cuando se canceló Círculo rojo, mucho menos el dolor que vi cuando se despidió por primera vez El mañanero, por mencionar solo unos cuantos ejemplos.

Al contrario, lo que veo es una mezcla de indiferencia y desconfianza.

Indiferencia, porque, honestamente, esa emisión, desde hace mucho ya había cumplido con su ciclo.

Desconfianza, porque se va justo cuando la fuente política de este país está más urgida de alguien que la critique.

Y, lo peor de todo, se va a nada de las vacaciones de Navidad, cuando los que podrían decir algo andan en otros temas.

Tercer grado jamás fue una mesa de análisis y aquí se lo dije en muchas ocasiones.

Fue un espectáculo, un juego de roles, un Ventaneando, pero con política.

Y así como Pati Chapoy y su equipo han llevado actores para entrevistarlos, Leopoldo Gómez y sus colaboradores llevaron candidatos para hacer lo mismo: polémica.

El negocio de Tercer grado, como el de Ventaneando y como el de la mayoría de las emisiones que siguen ese formato, comenzando por las deportivas, es el de la polémica.

¿Por qué? Porque la polémica es entretenimiento, ruido, eso sube los niveles de audiencia y halaga a los patrocinadores.

Nada de lo que acabo de decir tiene que ver con el análisis y es aquí donde yo le tengo que recordar lo primero que le publiqué de este talk show:

Tercer grado valía, porque, salvo una o dos excepciones, le daba la oportunidad de opinar a gente que, en la más estricta definición de los formatos televisivos, no podía hacerlo: los conductores de noticias.

A lo mejor usted ya se acostumbró a ver y a escuchar a ciertos personajes que, mientras van dando las noticias, van opinando y tomando una postura como de dioses todopoderosos a los que nada ni nadie los puede contradecir.

Pero, la verdad, los conductores de noticias solo están ahí para presentar notas. Es más, ellos, ni siquiera tienen que haber pasado por el oficio de reporteros.

Con el simple hecho de saber leer bien lo que les escriben sus coordinadores, con eso es suficiente.

Ahí es donde está la importancia de Tercer grado, no en haber movido a las multitudes, no en haber generado leyendas urbanas.

Afirmar eso, insisto, es una cuestión de soberbia.

La mayoría de la gente que salió ahí tiene que estar agradecida con Noticieros Televisa, pero no por haber cambiado la historia, por haber adquirido una voz.

Fue tan delicado lo que sucedió ahí que, en más de un momento, este proyecto se convirtió en una especie de competencia desleal para los verdaderos analistas políticos de la nación.

Imagínese usted el problema para todos estos hombres y mujeres que, en lugar de formarse en la conducción de noticiarios, se formaron en el mundo de las ideas.

Piense en ellos cuando quisieron abrir la boca y ya no pudieron o sus opiniones ya no contaron, porque los señores que antes se dedicaban a presentar las noticias, además de hacer eso, se pusieron a opinar.

¡No los dejaban hablar! Era horrible. Y los segmentos de análisis, en lugar de ser de análisis, se transformaron en una suerte de tribuna futbolera donde el objetivo ya no era desmenuzar las notas, sino discutir si el conductor del noticiario tenía la razón o no.

El final de Tercer grado es una oportunidad, pero no para que venga otra emisión del mismo corte, para devolverle a las noticias y a las mesas de análisis su verdadera dimensión periodística.

Que las noticias sean noticias, que el análisis sea el análisis y que el debate se quede donde tiene que estar: en los talk shows.

Me preocupa que se vaya Tercer grado, pero me preocupa más que se vaya así.

¿O usted qué opina?

Por último, le suplico que me lea el lunes que entra, porque hay un final que se merece toda nuestra atención y del que ya no le pude escribir por detenerme en esto.

Se trata del desenlace de UniVersus. ¿Y por qué merece toda nuestra atención? Porque cerró combinando los dos elementos más explosivos de nuestra realidad: estudiantes y Ayotzinapa.

Busque este final en internet de aquí a entonces. Vale mucho la pena y sería una grosería dejar de mencionarlo. ¿A poco no?

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