La gran Judith Pérez Romero, en la frontera de sus 96 años
Muchas veces Judith honró nuestro hogar con su inigualable piano y participó de nuestras celebraciones bohemias haciéndonos sentir, a mi familia y a mí, ser parte de su linda familia.
Apenas era yo un estudiante de secundaria, cuando un día me asomé al ventanal de una radiodifusora atraído por el sonido que provenía de un piano y de dos voces femeninas, que en perfecto equilibrio entonaban una canción de amor.
Me acerqué más y pude ver ante unos enormes micrófonos a una atractiva dama morena ejecutando su mágico instrumento, mientras dirigía con la mirada a sus dos compañeras.
Así conocí a nuestra admirada Judith Pérez Romero. Ya luego, siendo universitario, tuve la dicha de aplaudirla al frente de su Conjunto Lira de Oro, en el Salón Mirador del antiguo Hotel Mérida. Allí crucé con ella mis primeras palabras y supo de mis incipientes versos, a los que les prestó generosa atención.
Más tarde, cuando inicié las serenatas del parque de Santa Lucía, el arte nos fundió en una entrañable amistad que hemos paladeado por más de 50 años.
Mi presencia se volvió habitual en sus reuniones musicales donde fueron recibidos lo mismo secretarios de estado y cardenales de la Iglesia, que personajes artísticos de la talla de Chabuca Granda, Gabriel Ruiz, Ricardo López Méndez, Monís Zorrilla, Irene Farach, Amparo Montes y tantísimos otros más, que también se volvieron amigos míos, y cuyos célebres nombres aparecen, igual que el de ella, en las enciclopedias.
Incontables veces Judith honró nuestro hogar con su inigualable piano y participó de nuestras celebraciones bohemias, con mi comadre Irene Farach, Juan Bruno Tarraza, Frank Domínguez, Julio Gutiérrez, Osvaldo Farrés y el mismo Monís, entre otros, haciéndonos sentir, a mi familia y a mí, ser parte de su linda familia.
Ante la proximidad de sus 96 años, le ratificamos nuestro inmenso amor y hacemos votos por su ¡salud!