La granja súper especializada
La censura se encuentra en manos de pocos quienes destacan por deshonestos. A quienes detentan el poder, incluye a instancias del orden público, que con secrecía entierran o maquillan sus fechorías.
Era domingo, con atardecer maravilloso, rodeado de aquellos a quienes quiero y agradezco tenerlos cerca: mi familia, que, allende la consanguinidad y entre sorbos de café, abundamos sobre la evolución de la libertad de expresión. Lamentábamos que aún transiten sujetos, quienes creen que con el manotazo y papelitos entregados con séquito de lacayos pueden acallar lo que constitucionalmente por derecho nos asiste. Claro, saben de estos vericuetos lo mismo que de ingeniería espacial, o sea NADA.
Me vino a la mente George Orwell, autor de “Rebelión en la Granja”, escrita en 1945. Esta novela es una parodia del sistema soviético y en ella los animales, inconformes con la vida que llevan, planean una rebelión, encabezada por los cerdos. Sin embargo, la ambición y la lucha por el poder nos dan un desenlace muy interesante. Lo destacable es el asunto de las trabas y sinsabores que tuvo que vencer su autor para publicar la obra.
En su primera parte, nos narra sobre asfixiante mordaza impuesta y maneras -cual semejanzas maravillosas- de ocultar información real y veraz. La censura se encuentra en manos de pocos, quienes, con sobrados motivos, destacan por deshonestos. Me refiero a quienes detentan el poder, que incluye a instancias del orden público, que con secrecía entierran o maquillan sus fechorías. Afortunadamente en la Constitución mexicana, desde 1917, los artículos 6 y 7 respaldan bajo específicas características este derecho, que nos asiste para poder expresarnos sin temor y exhibir la verdad.
Orwell sufrió en carne propia lo que setenta años después sigue siendo común, me refiero a la censura grotesca. Hay gente de cualquier nivel, profesión o puesto administrativo que no entiende y sigue aferrada a otra época totalitaria, que exhibió su poca inteligencia y creatividad.
Es obvio que hay temas que un grupúsculo pone en tela de juicio, ante su notorio poco próvido actuar. Ipso facto y tratando de hacerles entender (al grupúsculo) que existe en muchos medios la efectiva libertad de expresión, me permito remontarme a Voltaire quien dictó: “Detesto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho de decirlo”. Hay que aprender de este clásico, extensivo para los serviles.
¿Y a qué viene el comentario? Te diré, estimado lector, que conozco valiosos periodistas acallados y personas comunes amenazadas por ilusos, que aún creen imposible que en cualquier momento, y reclamando lo plasmado como garantía individual, son capaces de rebelarse y romper el paradigma de la mordaza velada o real que “ordenan” colocarle al escritor. Allí queda por hoy.