Hambre
Según datos de la encuesta intercensal 2015, en el 7.29% de los hogares yucatecos hubo al menos un adulto que tuvo que privarse enteramente de probar alimento...
La pobreza tiene muchas formas de manifestarse visiblemente, una de ellas es la calidad y confort de las condiciones del espacio habitable de las familias, otra pudiera ser la vestimenta, y por supuesto que no me refiero a la belleza de las prendas o al hecho de estar o no “a la moda”, sino a la función más básica de la vestimenta que es protección contra el clima y su componente como factor de aseo personal; es un hecho que la pobreza también tiene repercusiones en la salud, la expectativa de vida, así como la cantidad y calidad de otros satisfactores personales. Sin embargo, creo que una de las caras más crudas y dolorosas de la pobreza es el hambre. Atestiguar o simplemente conocer que alguien padece hambre lastima, duele, causa tristeza, mueve, enoja, pero también compromete.
Quizás al leer o escuchar la palabra hambre, nuestra mente emprenda enseguida un viaje hasta el continente africano, y asociemos este tema a imágenes que acostumbramos ver en revistas o periódicos, generalmente con niños de raza negra en condiciones lamentables de desnutrición. Pero no es necesario viajar tan lejos.
Según datos de la encuesta intercensal 2015, en el 7.29% de los hogares yucatecos hubo al menos un adulto que tuvo que privarse enteramente de probar alimento o que solamente realizó una de las tres comidas, en un día completo, en los últimos tres meses (del día en que fue levantada la encuesta), debido a falta de dinero para adquirir comida.
Un 19.94% de los hogares reporta que algún adulto comió menos de lo que debería, y en un 27.18% de las familias yucatecas existe al menos un adulto que tuvo poca variedad en sus alimentos. La misma encuesta aplicada a los menores, reduce estos porcentajes a 3.69%, 12.5% y 15.27% respectivamente.
¿Es este un problema que le corresponde resolver al Gobierno? En parte sí, pero en la proporción que le toca como integrante de esa gran “cacerola” a la que llamamos “sociedad”, pero debemos recordar que en esa olla no solamente cabemos, sino que estamos TODOS metidos.
Muchos critican los programas asistencialistas de combate a la pobreza o las cruzadas contra el hambre, algunas veces esas críticas son merecidas, ya que su implementación, gestión y operación conlleva actos de corrupción, intentos de control y utilización como medio de presión con fines electorales y en el menos grave de los casos están plagados de ineficiencia. Pero también es cierto que, si se realizan correctamente, son muy necesarios y convenientes, aunque deberían ser temporales, en lo que se resuelve de fondo el origen del problema, que es la falta de empleo, de generación de riqueza y de su justa distribución.
Y ahí es donde entra toda la sociedad en su conjunto: empresarios, obreros, profesionales, académicos. ¿Reconocemos el problema y nuestra parte de responsabilidad? ¿Sabemos qué hay que hacer? ¿Estamos dispuestos a hacerlo?