¿Hanal Pixán o Hallowen?

A diferencia de los seguidores de la tradición irlandesa, en que los niños piden dulces casa por casa y los adultos se enfiestan vistiendo disfraces tétricos, en Yucatán el Hanal Pixán es una celebración más personal y profunda.

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Debido seguramente a la coincidencia entre los agradables días de otoño y el comienzo del proceso electoral, que tendrá su punto culminante el 7 de junio del año que viene, he caído en la tentación de establecer cierto paralelismo entre las celebraciones del Día de Muertos y el Halloween con la aparente dicotomía que se da en la política entre la preparación y la apariencia, donde la mercadotecnia de hoy parece inclinarse a  favor de la imagen.

Y es que aun cuando ambas conmemoraciones suelan estar imbuidas por un espíritu festivo y cuando probablemente tanto la Noche de Brujas como el Día de Todos los Santos o el de los Fieles Difuntos pudieran tener su origen en una celebración celta que se extendió en todo el mundo antiguo a través de Roma,  posteriormente adoptada por los católicos, en mi opinión fue el sincretismo entre la religión católica y las creencias de los pueblos de Latinoamérica lo que le da un sentido más profundo que el que prevalece en los países anglosajones.

Así, a diferencia de los seguidores de la tradición irlandesa, en que los niños piden dulces casa por casa y los adultos se enfiestan vistiendo disfraces tétricos, aquí en la península se organizan los festejos del Hanal Pixán en honor a nuestros difuntos, donde destacan los manjares de la cocina regional y se recuerda con cariño a nuestros familiares que se adelantaron, en una celebración más personal y profunda, para mi gusto.  O más de acuerdo con nuestra manera de ser.

Y de la misma manera que en el gusto de las nuevas generaciones va ganando adeptos la manera de celebrar el Halloween, igual en materia política los partidos, a la hora de escoger o designar candidatos, cada vez más tienen la tendencia de escoger “muñequitos del pastel”, que estén dispuestos a dejarse manejar por sus patrocinadores, con el consiguiente riesgo de someter a la sociedad a los intereses particulares de miembros de la clase poderosa en términos económicos, o peor aún, como sucede en municipios de otras entidades de la república, de organizaciones criminales, como en el reciente caso de Iguala.

Ese puede ser el precio que se cobra a la sociedad que da su voto al candidato en función más de su apariencia física sobre los que tienen un conocimiento más profundo de las necesidades generales y los que manifiestan mayor compromiso con las causas de la población mayoritaria.

Precio que indudablemente será cobrado por la gente, más temprano que tarde, al instituto político que de manera irresponsable hubiera postulado al candidato hueco, irresponsable, ineficiente o contumaz. 

De ahí la importancia de que los partidos políticos cobren conciencia de su alta responsabilidad de postular en las próximas elecciones a sus candidatos más capacitados, que hayan demostrado una conducta intachable tanto en su vida pública como en la privada. Más que la apariencia hay que privilegiar la preparación y la formación de los candidatos.

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