Las historias secretas de nuestros libros

Lo que más les interesaba eran mis historias junto a esos libros, cómo habían llegado a mi librero.

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Han pasado tres años desde que estuve a cargo del grupo de lectura de una preparatoria pública, los asistentes eran unos adolescentes entre los 17 y 18 años, que poco habían leído y la mayoría esperaba que, al escuchar un par de horas a esa jovencilla apenas cuatro años mayor que ellos, pudieran obtener un punto extra en la calificación final de Literatura. Nuestro lugar de reunión era la biblioteca escolar, que no tenía nada de motivante para nuestras actividades, debido a que todos los libros estaban en unos estantes detrás del escritorio de una intimidante bibliotecaria.

Así, una vez a la semana, llegaba con esperanza y un mediano dolor de espalda, cargando una mochila llena de un considerable número de libros para los estudiantes. 

Necesitaban oler las hojas, diferenciar el aroma entre un libro viejo y un libro nuevo, disfrutar el encanto que ofrecían su variedad de ediciones; necesitaban sentir las diferentes texturas de las hojas, de una editorial a otra, cómo cambiaban según la colección a la que pertenecían y la presentación con la que fueron impresas; necesitaban saber los secretos más allá de las historias que cuentan en las páginas. Un muchacho me preguntó cuántos libros más tenía en mi biblioteca, no sabía qué responderle porque desde la última compra no los había vuelto a contar. Le dije que tenía los suficientes para ellos y las raciones de su día que me entregaban. 

Lo que más les interesaba eran mis historias junto a esos libros, cómo habían llegado a mi librero. Pues tengo libros que regresaron conmigo de algún viaje, otros son rastros de personas que llamé amigos, los miembros del club de lectura se botaron de la risa con los que tenían dedicatorias de un amor del pasado, se sentían confidentes y poco a poco me iban conociendo más. Hubo quien incluso encontró mi identificación perdida durante semanas y que olvidé tras convertirla en un oportuno separador de libros. 

Sus rostros transparentaban la curiosidad de conocer más historias guardadas en los libreros de otras personas, no sólo las tramas que narran, también las que traspasan sus páginas. Los libros de viejo, les decía, son los que más atesoro, me intrigan con las vidas de sus anteriores dueños: ¿quién habrá sido?, ¿cómo llegaría el libro a ella o él?, ¿murió y su familia decidió vender la biblioteca? Son las preguntas que se contagiaron entre los miembros de nuestro grupo de lectura.

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