Es momento de hacer un homenaje a aquellos que han entregado su persona al cuidado de México, que se entregan día y noche al resguardo del país: los integrantes de nuestro H. Ejército, institución de valor y lealtad. Soldados encaminados a buscar el bien común y no sólo a la prevención e inteligencia como muchos se podrían imaginar, sino también a la reparación de daños causados por desastres naturales o acontecimientos de causa de fuerza mayor. 

He decidido dedicar mi columna para hacer una reflexión ante los hechos acontecidos hace dos semanas, donde perdieron la vida honorables soldados que cumplían una misión. Ante eso debemos reflexionar sobre la función de nuestros soldados, hacer conciencia de que, a pesar de ser las fuerzas supremas en el país, su labor no es de policías, el Ejército va más allá de patrullar las calles, lo cual es función de las policías federales, municipales o estatales.

Los militares tienen funciones de salvaguarda de la vida de los mexicanos en situaciones de peligro, y prevenir que éstos no se encuentren en estado de indefensión por no prevenir a tiempo un acontecimiento; es decir, actividades de capacitación, servicio social, preparación de efectivos para el trabajo de campo, proteger la seguridad de la nación, entre otras, y no la de vigilar, trasladar o cuidar que no se escape un delincuente. No obstante, al ser leales a su institución, cuando se les encomiendan por el jefe supremo actividades especiales, son capaces de responder a dicha orden, pero no podemos permitir que se vuelta una actividad cotidiana, puesto que para ello tenemos policías capaces, entrenados y fuertemente armados. 

Les externo mi reconocimiento y admiración a todos aquellos integrantes de las fuerzas armadas del país, desde el soldado raso más joven del escalafón hasta nuestro general secretario de la Defensa, motivándolos para seguir trabajando por nuestro bienestar social y agradeciendo el esfuerzo puesto para el buen funcionamiento pacífico de México.