Honor a quien honor merece

Hay que reivindicar el rol de la mujer por su contribución a la sociedad, tan significativa e irremplazable, para que su quehacer doméstico sea un espacio de creación y desarrollo humano.

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Obras son amores y no buenas razones.-  Refrán popular            

Es un gran equívoco creer que sólo la mujer que trabaja fuera de casa es proveedora y productiva, como si la que trabaja en su hogar no lo fuera. 

Me molesta sobremanera cuando escucho, especialmente entre las mismas mujeres, cómo se descalifican creyéndose poca cosa o haciendo sentir a alguna otra mujer como “parásito” por no aportar recursos económicos, sin fijarse que aportan apoyo y bienestar amoroso cumpliendo diariamente en el hogar los roles de esposas, madres y amas de casa con sus múltiples quehaceres. 

Son proveedoras de los alimentos cocinados en casa y servidos al marido e hijos donde cada detalle es resultado de su cuidado y dedicación y a veces, haciendo verdaderos “milagros” por los precios que suben y  con el mismo presupuesto asignado. La ropa limpia y la casa ordenada, muchas veces sin contar con la colaboración y sí con el desorden desconsiderado, del cónyuge y de los hijos. 

Si el trabajo que la mujer realiza en el hogar le proporciona satisfacción y una vida armoniosa y plena, se reconocerá a sí misma como colaboradora valiosa en la vida familiar. Por el contrario, si su compromiso como compañera, madre, educadora y administradora que mantiene el hogar encendido y firmes los lazos familiares con amor filial y fraterno, entre otros valores básicos, no es apreciado, estimado y reconocido, la orillará a olvidarse de sus sueños, dignidad y realización personal empobreciéndola y deshumanizándola. Entonces, el hogar se debilitará y no se gestará el sentido de pertenencia en los hijos que es el pilar para un propósito de vida digno y que lleva a cuidar celosamente el buen nombre personal, contribuyendo así a formar una sociedad sana y fuerte. 

Ante esta realidad, se presenta el reto de la educación para reconocer la presencia invaluable de la mujer en el hogar y nunca denigrarla haciéndola sentir como “mantenida” y poco valiosa. 

Según el sociólogo John Ruskin, “educar es hacer que la persona no solamente haga lo que debe hacer sino que goce haciéndolo, no solamente sea amable sino que goce amando...”.  

Hay que reivindicar el rol de la mujer por su contribución a la sociedad, tan significativa e irremplazable, para que su quehacer doméstico sea un espacio de creación y desarrollo humano, propiciando que se enorgullezca de su labor por el aprecio y el respeto pleno que se le brinde.  

¡Ánimo! hay que aprender a vivir.

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