Hora de rectificar y consolidar

Estamos conmemorando el 46 aniversario de la fundación de Cancún.

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Estamos conmemorando el 46 aniversario de la fundación de Cancún. En apenas cuatro décadas se ha convertido en el destino turístico número uno de América Latina y en uno de los más reconocidos del mundo. El éxito en esa materia es innegable.

Por estas fechas, abundan las historias de aquellos privilegiados que vieron nacer y crecer a esta generosa ciudad, hogar de miles de mexicanos y extranjeros que ven en ella la chance de vivir mejor. 

Es un deleite oír a pioneros, fundadores o primeras autoridades relatar las actividades de este paraíso en las décadas de los 70 y 80. Todas eran dinámicas rústicas, bien intencionadas aún, en paz permanente y con los deseos de progreso intactos.

Cancún ha cambiado mucho, y seguirá cambiando. Lo conocí en 1997 y, como la mayoría, quedé impresionado por su belleza natural. Entonces era otra: sin mucho tráfico ni el brote continuo de asentamientos irregulares, ni muchas otras carencias que perduran.

De lo anterior podrán tener culpa los gobernantes, pero también los ciudadanos, los turistas y esos vivales que llegan a saquear para huir cuanto antes. No se trata de buscar responsables de aquellos problemas, pero sí de quiénes deben encarar los desafíos de un municipio en constante transformación.

Todos somos responsables de lo que viene: seguiremos enfrentando una urbanización a escala iniciada tras la reconstrucción de 2005 por el impacto del huracán “Wilma”, mientras que las infraestructuras deben ser renovadas, crear otras, ampliar la red de servicios y mejorar los presupuestos en rubros estratégicos para el desarrollo. 

Desde entonces (2005), todos los servidores públicos han asegurado gestionar para potenciar la competitividad del destino y la calidad de vida, pero no todos han sido conscientes de su herencia ambiental al no recurrir a formas más sostenibles de crecimiento.

Desde entonces, también, han llegado migrantes escapando de catástrofes, pobreza o crisis, sin entender nuestros procesos básicos ni los puntos de referencia que pueden convertir las ciudades en mejores lugares para vivir y trabajar. Muchos, pues, han sido traídos con engaños y no por estar convencidos de que aquí se cobija a todos de  buena manera. Así han aumentado las colonias y los ejidos de la periferia.

Considero que se puede rectificar y bastante. Es momento que las autoridades les den voz a todos, sobre todo a ciudadanos; a esos que conocen y sufren las problemáticas del día a día. 

Durante caminatas y mítines de este proceso electoral, he puesto más atención a los habitantes que a los candidatos: ¡Cuánto sabe don Juan!, ¡cuánto padece doña Laura!, ¡cuánto sueña la señora Elvira! Cuánta razón tienen.

Hasta ahora me quedo con lo expresado por don Javier, de la 236, que en palabras muy sencillas, pero a la vez muy profundas, dio en el clavo al decir algo así: “Nuestras autoridades deben plantearnos un desarrollo más completo, más inteligente; si el problema es la falta de dinero, como siempre justifican, deberán aprender a hacer más con menos. Y sobre todo, deben ganarse nuestro apoyo para el cambio, y eso no significa acercarse solamente en época electoral”.

Tal vez no sea necesaria una refundación. A lo mejor basta con enderezar algunas áreas y consolidar los avances en otras. Lo seguro, es que deberá ejecutarse con extraordinaria responsabilidad e involucrando a una mayoría ávida de participar.

Desorbitado

No todos los candidatos ni sus asistentes están apuntando las propuestas de los habitantes. No basta con anotar las carencias o las solicitudes urgentes para prometer un apoyo. Tienen frente a ellos a los verdaderos expertos (los ciudadanos), aunque no los escuchan como deberían. 

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