Ilusión reconfortante

México. Tierra quimérica, rica, cálida. Con gobiernos y políticas que si bien no han sido los más justos...

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México. Tierra quimérica, rica, cálida. Con gobiernos y políticas que si bien no han sido los más justos y plausibles, tampoco los más represivos y condenables. Hay violencia, pero no tanta; existe la represión, pero ello no produce la inexistencia de la libertad.

En el concierto de las naciones, no somos el miembro más desafinado ni el de menos participación. Así se tiende pensar, a caer en el engaño de realizar ciegas comparaciones globales para contentarse con la situación propia.

Es precisamente este conformismo el que demuestra la incomprensión de nuestro entorno. Damos por hecho que nuestro gobierno es más justo y ético que en otras partes, y elegimos así, vivir en un mundo de ilusión reconfortante. Como si bastara con ser el diente con menos caries.

Hay quienes deciden colocarse una venda en los ojos, porque prefieren ver la imagen de su alrededor a través de las palabras que alguien le susurre. Para ver las cosas bajo una perspectiva más positiva. Para que alguien pueda narrarnos lo que somos, lo que tenemos, lo que se hará y lo que tendremos.

Así sucede cuando creemos en todo lo que dicen los medios de comunicación, cuando nos tragamos los discursos políticos; cuando creemos más en lo que dicen las palabras que en lo que muestran las obras.

Pero hacer caso a la retórica política es dejarse cegar. Para conocer la forma de actuar de un Estado, no hay que basarse en los discursos, declaraciones y estatutos, sino en la historia, en las estructuras institucionales y en los hechos.

Porque así como en la perspectiva del lingüista y filósofo Noam Chomsky, para librarnos de la ilusión reconfortante, tenemos que fijarnos en las pruebas de lo que nuestro gobierno ha hecho, pero también debemos aplicarle al gobierno los mismos principios éticos que aplicamos a los demás. Aplicar el mismo rasero.

Porque podemos criticar el narcotráfico; los escándalos como el del video del político sonorense, abanicándose con dinero, o como el del ex alcalde de San Blas que “robó, pero poquito”; la impunidad; la corrupción. Pero debemos recordar, que eso es reflejo de nuestras prácticas y valores sociales. Es decir, ¿cómo quejarnos de la corrupción de los políticos cuando la ejercemos en las “mordidas” a los policías?

Porque quizá hay quienes no tengan aquella venda que nos hace creer en las promesas políticas, pero que sí tienen una venda ante el espejo, que les impide ver que, casi siempre, aquello que acusamos es de aquello que padecemos. Que los males políticos no son sino males sociales. Y se nos olvida que la clase política no pertenece a una especie distinta, sino que surge de entre nosotros mismos. No somos borregos custodiados por lobos.

Para que un gobierno construya una mejor sociedad, se necesita primero que la sociedad constituya un buen gobierno. Para hacer de la equidad y de la justicia principios colectivos, primero deben ser principios individuales.

Pero eso no sucederá mientras sigamos con una venda que ofusque tanto nuestra mirada externa como interna. Mientras sigamos esperando que nos otorguen el sustento (alimentos, ropa, etc.) en vez de trabajar por él; mientras sigamos esperando las oportunidades, en vez de salir a buscarlas, o crearlas nosotros mismos. Nada cambiará si seguimos pensando que las posibilidades vienen de fuera y llegan por sí mismas. Si seguimos esperando a que alguien nos brinde la mano y nosotros no somos capaces de tender la nuestra.

Porque tal como dijo Chomsky, “los Estados no son agentes morales, las personas lo son, y pueden imponer normas morales a las instituciones poderosas”.

No se puede juzgar a quien gobierna si uno no sabe gobernarse a sí mismo. No debe olvidarse que la política la hacemos todos; y que no hay malos gobiernos, sino malos ciudadanos. Y que no hay peor ceguera, ni ilusión más trágica, que la de quien no se conoce a sí mismo.

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