Impuesto a las colegiaturas

No es posible racionalmente considerar que todo el que paga una colegiatura lo hace desde el dispendio económico y la banalidad.

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Una de las propuestas del paquete fiscal que inmediatamente despertó polémica fue la de gravar las colegiaturas. Tras ver que no se incluía el IVA a medicina y alimentos, la medida parece razonable: si el Estado proporciona educación gratuita, quien adquiera la privada puede pagar el impuesto, como con otros productos suntuarios. Pero vale la pena considerar quiénes son los que realmente pagan escuelas particulares y por qué.

Hay quien lo hace como parte del juego de la competencia social, porque piensa que así adquiere status, o que sus hijos serán admitidos en círculos a los que aspiran pertenecer. Una buena parte de quienes pagan por la educación, sin embargo, lo hace por razones menos frívolas.

Dada la rigidez pedagógica de las escuelas públicas, especialmente en nivel básico y medio, muchas personas prefieren comprar una educación distinta, como puede ser un sistema bilingüe, o Montessori, o donde no se mezclen niños y niñas, de acuerdo con sus propias convicciones, creencias y hasta prejuicios. Hay también para quienes resulta indispensable una educación especial para satisfacer requerimientos básicos de los suyos, desde tener impedimentos físicos hasta capacidades intelectuales extraordinarias.

Muchas personas hacen enormes sacrificios, que van desde el dinero hasta su lugar de residencia, a fin de poder proporcionar a sus hijos la educación que requieren. Con ello descargan al Estado del costo de proporcionarla. No es posible racionalmente considerar que todo el que paga una colegiatura lo hace desde el dispendio económico y la banalidad. Con frecuencia es un gasto primordial para el desarrollo de un ser humano.

El cobro del IVA a las colegiaturas revela la perversidad de generalizar impuestos al consumo. Puede ser correcto que éste se cobre a quienes prefieren comprar una mala educación superior a fin de tener “roce social”, pero es infame que lo pague quien la requiere para lograr una vida llevadera. Lo mismo ocurre con el gravamen a la venta de casas, que golpea menos al especulador que al que vende la propia.

¿Cómo cobrar impuestos con justicia, distinguiendo entre quién debe y quién no debe pagarlo? Desechando el mito del justo impuesto al consumo y cobrando el impuesto a las gigantescas ganancias de las enormes empresas que hoy viven en el paraíso fiscal.

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