Inimputable

No deja de sorprender la actitud de numerosos notables que declaran a Mamá Rosa inocente a priori, o que al menos pretenden que la severidad de los juicios morales y de las acciones judiciales en su contra debe moderarse.

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La historia de Rosa del Carmen Verduzco y su albergue es una de horror. Los testimonios de sus víctimas son desgarradores, y refieren décadas de abusos sexuales, físicos, emocionales y laborales capaces de conmover a la gran mayoría de las personas.

Pero junto al choque que producen los relatos de ese infierno, no deja de sorprender la actitud de numerosos notables que la declaran inocente a priori, o que al menos pretenden que la severidad de los juicios morales y de las acciones judiciales en su contra debe moderarse. Expresan la consideración de que, pese a sus abusos, ayudó a muchos a salir adelante en la vida, por lo que reclaman para ella algún grado de impunidad.

Según este argumento, el bien realizado compensa de cierta manera el daño causado a sus víctimas. Consterna leer notas enteras en que, en la exaltación de las virtudes de esta persona, se omite hacer mención alguna de sus agraviados, todos ellos niños o, peor aún, se justifican los crímenes cometidos, aduciendo que los muchachos eran delincuentes o cosas semejantes.

Los argumentos en su favor y descalificando a sus víctimas parecen calcados de los esgrimidos en favor de Marcial Maciel, y al igual que ellos se fundan en una dureza implacable ante el dolor y el daño permanente causado a los niños.

A las presiones la PGR ha cedido declarando la inimputabilidad de la Sra. Verduzco, en función de su edad. Este quizá sea el último favor con el que el Estado la obsequia, pues durante todos estos años diversas instancias oficiales colaboraron materialmente con ella, fortaleciendo así la leyenda de su semi-santidad laica. Sin embargo, algunos de los delitos de esta mujer eran conocidos desde hace décadas.

Ya en los años 70’s fue objeto de un reportaje de prensa ampliamente difundido en el que se exaltaba uno de sus preferidos, registrar niños ajenos como propios, sin que ninguna autoridad tomara cartas en el asunto. Finalmente, el albergue era un hoyo negro que absorbía críos desamparados, librando a muchos y distintos gobiernos de la responsabilidad de cuidarlos.

Éticamente, cualquier virtud que esta mujer haya podido tener quedó cancelada por sus abusos, y así debe ser tratada por la autoridad y por la sociedad. El sufrimiento de cada niño tiene que ser de todos nosotros.

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