Intimidades públicas

Para bien o para mal, internet eliminó las barreras de muchas cosas, en especial, el de la privacidad más íntima que podamos imaginar...

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Para bien o para mal, internet eliminó las barreras de muchas cosas, en especial, el de la privacidad más íntima que podamos imaginar. 

En un caso muy filosófico, desenterrar el pasado para entender el presente es tal vez una de las razones por las que la web existe: entender lo que fuimos siempre es más fácil cuando hay formas entretenidas de hacerlo, incluso a niveles personales, como cuando encontramos fotos antiguas, conversaciones de los tiempos del MSN Messenger o las primeras versiones de Facebook. El pasado, hoy más que nunca, está tan vivo como el presente en sí mismo. 

Bajo este entendido, considero que, aunque no sea lo que buscamos, nuestro uso diario de las redes sociales revela mucho más de lo que realmente queremos mostrar al mundo. En estos tiempos tan convulsos, la privacidad (en toda la extensión de la palabra) fue la primera víctima de las redes sociales: hoy, casi todo cuando realizamos está a la vista de todos, sin necesidad de los viejos cuentos de espías y agentes secretos, pues somos nosotros quienes hacemos públicos nuestros actos, ubicación y pensamientos más íntimos, exponiéndonos, sino al crimen, sí al constante juicio de los otros, con su correspondiente dosis de incomprensión. 

En teoría esto no debería ser un problema, pues uno de los postulados originales de las redes sociales es compartir nuestra vida e ideas, a fin de generar nuevos conceptos y –valga la redundancia- relaciones sociales. Sin embargo, ante un caudal imparable de información, pocos podrían detenerse en un algo tan “insignificante” y subjetivo como la privacidad, y ya sea con buenas o malas intenciones, entramos de lleno en la vida de los demás a través de internet, descubriendo en muchas ocasiones más de lo que aquél quería que viéramos, e incluso, de lo que nosotros buscábamos. 

Quien esto escribe casi podría apostar a que todos los usuarios de redes sociales revelamos secretos en algún mundo a través de la web, cuando el mundo digital era más pequeño e “inocente” (fuera de la Deep Web, claro). Intimidades del pasado, “pecados”, aventuras, experiencias inimaginables con el personaje que nos creamos en Twitter o Facebook, desde  nimiedades como “hice trampa en un examen” a “di ‘mordida’ a un policía”. Lo mejor, es que nos sentimos orgullosos de contarlas. 

La cuestión es que, de tanto alardear o compartir “detallitos”, terminamos subiendo de tono  las confidencias, exponiéndonos a niveles si bien no peligrosos, sí bastante “incómodos” para el personaje real o inventando que somos en redes sociales, y cuando alguien (porque siempre hay uno) toma es información, corremos el riesgo del escarnio público, que si bien muchísimas veces no pasa de un chascarrillo “godinez”, sí ejemplifica la importancia de mantener nuestra verdadera privacidad muy lejos de internet. 

Cierto. En gran medida esta situación es únicamente una percepción precautoria llevada a extremos leves, pero no por ello debe hacernos olvidar que nuestra vida en el mundo digital ya no puede ser llevada a la ligera, pues las redes sociales, paso a paso han socavado con los viejos conceptos de la información, compartición, intimidad y la propiedad misma.  ¿Quién es dueño de qué en internet? A simple vista, no parece que a un sencillo usuario de Twitter le afecte esta pregunta, pero no es así: nosotros, los usuarios “de a pie”, somos los más desprotegidos en cuestiones de privacidad en la web, y en gran parte porque nosotros ponemos nuestra intimidad en manos de los demás, tristemente, sólo para ganarnos un “like”.  

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