José Emilio y la sencillez

El presente modifica al pasado, pero en este caso, no como en la terrorífica y visionaria novela...

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El presente modifica al pasado, pero en este caso, no como en la terrorífica y visionaria novela “1984” de George Orwell, en donde quien controla el presente controla el pasado, y lo que la prensa hace no es sino una maquinación del Estado (el más frío de los monstruos fríos: Nietzsche dixit), que altera a su conveniencia al pretérito.

No, lo que quiero decir es que cuando conocí a José Emilio Pacheco, no aquilaté la importancia de la personalidad que yo tenía enfrente, así que con el paso del tiempo, esa vivencia se modifica y la disfruto a posteriori, como debió haber sido en su momento.

Quiero aclarar, sin propósito de justificar mi ignorancia pasada y presente, que poco de la obra de José Emilio yo conocía, con la circunstancia adicional de que en esa época —principios de los 70’s—, yo estaba muy entusiasmado con la florida y exuberante poesía de Marco Antonio Montes de Oca, contemporáneo de José Emilio.

Sin embargo, sabía yo de algunas anécdotas de José Emilio,  y tenía noticias de algunas de sus obras. Por ejemplo, me habían contado quienes lo conocían ya, que José Emilio se inventó un chiste en contra de él mismo, que consiste en lo siguiente:

Cuando era un joven aspirante a escritor, José Emilio buscó la indudable maestría de Alfonso Reyes —el poeta, erudito, ensayista, diplomático regiomontano, venerado por Borges, especializado en la cultura griega—, para aguzar sus herramientas literarias, o más precisamente, su espíritu y su intelecto.

Así que en cierta ocasión, Alfonso Reyes le preguntó a nuestro personaje:
—Y usted, joven José Emilio, ¿qué opina del culto de Antínoo?

El docto maestro se refería, a la proliferación de estatuas que en muchos puntos del Mediterráneo, el emperador Adriano hizo levantar de su favorito Antínoo, un efebo hermoso que deleitaba la intimidad del monarca, y que luego de su temprana muerte fue deificado por mandato de Adriano. Es decir, que se le rindió culto.

Entonces, ante la pregunta sobre el culto de Antínoo, según su propio cuento José Emilio respondió: “¡Muy culto, muy culto!”

La cuestión es que, una vez que José Emilio hubo leído algunos de sus poemas en el centro cultural donde yo trabajaba entonces, fuimos en grupo a comprar licor, refrescos y botanas a un establecimiento que se distinguía por cerrar sus puertas al filo de la medianoche y que, por lo tanto, era muy socorrido por la gente bohemia.

Mientras nos despachaban, viendo que el pedido incluía envases diversos de plástico, José Emilio comentó que esos materiales estaban dañando severamente ecosistemas del planeta.
Confieso para mi oprobio, que yo esperaba de José Emilio comentarios u opiniones más “poéticas”, y también porque en aquella época no estaba tan “de moda”, por decirlo así, este grave problema de la contaminación del medio ambiente.

Es obvio también que yo, a la manera de los platónicos in extremis, no apreciaba debidamente lo inmediato, lo contiguo, porque mi pueril mente privilegiaba el idealismo, la fantasía, lo “sublime”. Pero luego, a través de sucesivas lecturas de la diversa obra de José Emilio —poesía, novela, cuento, ensayo—, me fui dando cuenta de que uno de sus mayores atributos es justamente la sencillez, su afición al aquí y el ahora, que despliega muy  su manera: siempre deleitosamente.

Me parece oportuna esta ocasión, para comentar que, según me contaron, ante el primer poemario de José Emilio (“Los elementos de la noche”, 1963),  José de la Colina, muy joven también en esta fecha, comentó que el libro olía demasiado a biblioteca, eufemismo típico de literato, que eludía mencionar que se notaba mucho ahí, la poesía de Borges.

Otra leyenda que corría por ese tiempo de los 70’s, era que en una fiesta en un departamento de la ciudad de México, José Emilio y Cristina, devenida luego Cristina Pacheco, entraron a una recámara y al salir, algo después de lo siete minutos reglamentarios, ya sólo la muerte de él (2014) logró separarlos…

Varios poemas de José Emilio están arraigados en mi memoria, como “Alta traición”, el que dedica a los puercos, contenido en la sección “Los animales saben” del volumen “No me preguntes cómo pasa el tiempo”, o “La flecha”, inspirado en una aporía o propuesta misteriosa de Zenón de Elea, que niega el movimiento, poema de José Emilio que no me resisto a transcribir, motivado además por su luminosa brevedad:

“No importa que la flecha no alcance el blanco / Mejor así / No capturar ninguna presa / No hacerle daño a nadie / pues lo importante / es el vuelo / la trayectoria / el impulso / el tramo de aire recorrido en su ascenso / la oscuridad que desaloja al clavarse / vibrante / en la extensión de la nada”.

De su narrativa, me gusta por cuestiones más personales que literarias, la novela “El principio del placer”, título tomado de la obra de Freud, y que es una especie de autorretrato del adolescente cándido que debió haber sido José Emilio.

Igual me gusta la mayoría de sus cuentos, así como las minuciosas mini-biografías de  su libro “Antología del Modernismo” y su traducción de “Cuatro Cuartetos”, del complejo poeta Thomas Stearns Eliot.

Por otra parte, la columna “Inventario” que publicó José Emilio en el diario Excélsior “de Julio Scherer”, y para la revista semanal Proceso desde 1973, es en palabras del investigador Álvaro Ruiz Rodilla, “una de las columnas más significativas, más sólidas y duraderas, en la historia del periodismo cultural. Desde entonces, y con 40 años de existencia, el ‘Inventario’ del poeta mexicano José Emilio Pacheco (1939-2014) se ha convertido en referencia obligada en el ámbito de la ‘creación’ periodística, proyecto educador de largo aliento. En esta columna confluyen crónicas, traducciones de poesía, anécdotas literarias, crítica y socio-crítica, recreaciones históricas, ciencia-ficción, aforismos y reseñas. Repasar esta amplia lista es entrever también las duplas de ironía y erudición, tradición y modernidad, realismo y fatalismo, fabulación literaria e información noticiosa, que caracterizan la producción poética de José Emilio Pacheco”.

En fin, creo que José Emilio debe estar investigando ahora la genealogía de los ángeles.
Debo consignar además, que Cristina Pacheco es una intelectual muy apreciada en sus varias facetas, tales como conductora de programas culturales de televisión, redactora de cuentos muy reveladores de esa realidad que transcurre a ras de tierra, específicamente en la megalópolis mexicana, largo rodeo para concluir que es una de mis diosas tutelares.

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