Juegan con la vida de otros

Una cadena de errores y omisiones tanto de policías como de paramédicos puso en peligro la vida de un cancunense la mañana de ayer...

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Una cadena de errores y omisiones tanto de policías como de paramédicos puso en peligro la vida de un cancunense la mañana de ayer. Pifias, al fin y al cabo, que demuestran fallas en protocolos, una malísima operatividad y deshumanización.

El cuento está así: poco después de las 7 de la mañana, en la intersección de la avenida Tankah y calle Chaac, en la supermanzana 26, un ciudadano visiblemente alcoholizado se convulsionaba con poca ropa expuesto a la lluvia. Los testigos se contaban por decenas, ya que a unos metros hay una primaria, justo a la hora de ingreso.

Más de uno llamó al 066 para reportar el hecho. Llegó una patrulla cuyos ocupantes le cambiaron la playera empapada, lo pusieron bajo un toldo y avisaron a la Cruz Roja. Minutos después arribó una ambulancia, pero el diagnóstico y la excusa de los paramédicos fue que, como estaba borracho, no podían atenderlo, porque el procedimiento lo prohíbe. Ahí lo dejaron, pues.

Ni los uniformados ni los del servicio de salud se percataron –o de plano lo ignoraron– que el hombre estaba delicado por otros motivos: se quejaba por golpes, su piel tenía un color atípico, acusaba el robo de un celular, le faltaba un tenis y el frío por lluvia con viento agravaban su débil condición.

Marqué entonces al 066. Un agente claramente capacitado en la atención telefónica me bombardeó con preguntas en torno a circunstancias, ubicación, descripción y sugerencias. Prometió mandar una unidad médica, la cual jamás llegó, pese a que la Cruz Roja y la Secretaría de Seguridad Pública están a no más de cinco minutos del lugar.

El originario de Michoacán apenas balbuceaba. Su nombre y su origen fue, de hecho, lo único que supimos. Minuto que pasaba, minuto que sentíamos se le escapaba la vida. Nadie se atrevió a moverlo ni a trasladarlo al hospital, por obvias razones, aun cuando conmovían su mirada y sus gestos de profundo dolor.

Más de 10 vecinos reunidos, con impotencia y frustración, insistíamos cada 15 minutos a las mismas corporaciones. Alguien de la Cruz Roja por fin se apiadó. A los pocos minutos –ya 9:10 AM– arribaron los de la ambulancia número 14, quienes, tras las preguntas de rigor, decidieron trasladarlo. Uno de ellos aseguró que estaba sufriendo por ictericia y sospechó de una costilla rota debido al quejido en uno de los movimientos.

Después de dos horas confirmaron lo que nosotros especulábamos desde las 7. Se lo llevaron, solo, como lo encontramos. Lo han visto por el rumbo, aunque nadie proporcionó datos precisos. La mayoría lamentaba la hora, pues se hacía tarde para el trabajo, aunque todos sentimos un alivio cuando quedó en manos de los “profesionales de la salud”. Porque poquísimo pudimos hacer durante ese tiempo: insistir a los números de emergencia (066 y 065), darle ánimo y abrigarlo con cobijas.

Todos, también, criticamos con severidad la indolencia, la insensatez y la burla de quienes deben salvar vidas, o por lo menos apoyar. En estos casos uno se pregunta: ¿Quién falló? ¿Por qué no llegaron antes? ¿Tan insensibles se vuelven los que cotidianamente resuelven estos casos? ¿De qué sirven los cursos de sensibilización? ¿No conocen los derechos humanos? ¿De verdad el protocolo les prohíbe brindar ayuda a un ebrio aunque se esté muriendo, o cuestión de voluntad? Con cierta razón muchos no denuncian, no confían ni respetan.

A veces, solamente aplicando el sentido común y el don de gente se solucionan los problemas: los paramédicos de la unidad 14 prestaron la ayuda que no quisieron más temprano los de la primera (no identificada) y los vecinos le alargaron la vida con pequeños gestos de humanidad, sin importarles su embriaguez, como sí a los de emergencias. Me quedo con eso.

Quise conocer la situación del paciente, pero sólo pude conocer su paradero: el Hospital General. Espero que la haya librado.

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