La apuesta de Rosario

Su éxito institucional no es inevitable. Y eso, hoy, no es bueno para el país.

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Las decisiones de un presidente sintetizan concepciones, convicciones, prejuicios, aciertos y errores de innumerables personas, desde luego de su equipo de gobierno, pero también de muchas otras. Sin embargo, no es imposible encontrar el origen de algunas propuestas en colaboradores específicos. Es el caso, me parece, de al menos tres de las decisiones anunciadas por Enrique Peña Nieto el 1 de diciembre y Rosario Robles:

-La cruzada nacional contra el hambre (versión mexicana del programa “Hambre cero” de Lula, en Brasil).

-El seguro de vida para jefas de familia, y
-La pensión universal para mayores de sesenta y cinco años.

Estos proyectos centran su atención en algunos de los problemas en los que históricamente ha puesto su atención la izquierda mexicana en la que se formó la secretaria de Desarrollo Social. Se trata de problemas política, social y humanamente urgentes de atención y cuya persistencia no se corresponde con el tamaño de la economía mexicana, pues pueden resolverse con costos económicos relativamente bajos.

El éxito de estos proyectos generaría, por sí mismo, una elevación del nivel de vida del país, reflejada en una mejora sustancial de los parámetros internacionales de desarrollo humano, y también en la mayor satisfacción de segmentos muy amplios de la sociedad con el gobierno federal.

Esa es la apuesta de Rosario Robles: el éxito de los programas a su cargo, de cuya concepción fue presumiblemente artífice en buena medida, representaría el mayor logro gubernamental en el terreno social en décadas, y en consecuencia un gran triunfo político para la ex jefa de gobierno del D. F.

Por lo pronto, ha logrado alinear sus propios intereses con los de la Presidencia de la República por ampliar su consenso más allá de los votantes el PRI y con los del conjunto de la sociedad en atemperar los costos sociales del sistema económico. Inicia pues el sexenio desde una posición políticamente inmejorable, más allá del peso que por sí misma tiene la secretaría que dirige.

Pero en política nada es tan sencillo como en el papel. Contra el éxito de estos programas operan desde ya dificultades reales, desde la resistencia que la propia Rosario generará entre priístas que se sienten desplazados, hasta las limitaciones presupuestales usuales, pasando por la corrupción.

Su éxito institucional no es inevitable. Y eso, hoy, no es bueno para el país.

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