La Fonda del hambre…

Sus vidas se resumen al espacio de una cocina de los alimentos que vienen del cielo.

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Sus vidas se resumen al espacio de una cocina de los alimentos que vienen del cielo. Diariamente producen comida y consumen alegrías. Arduo trabajo al calor del anafre. Es el trajinar que conduce a mitigar el hambre. Que organiza los platillos, en una amplia bandeja, ante la insistencia mordaz de los parroquianos. “¡Quiero tres moles, dos pancitas, un bistec con papas y dos caldos con pollo!”. Es la voz insistente de Gaby, una morena de ébano, que apenas trascendió las dos décadas de edad, de una juventud vivida, tan, aprisa, que el amor prematuro la sorprendió, convirtiéndola en madre soltera, de las que abundan en estos tiempos de la liberación femenina, de esta época que  insiste en desafiar al machismo, en el arduo trabajo de las mujeres, que son padre y madre a la vez y, quienes llevan la dignidad, tatuada en el alma. Son féminas que desde que el sol se pone hasta que se oculta, se embarcan en la travesía laboral con las ollas, el anafre, el aceite y los menjurjes, que crean la exquisitez de la receta que por más de 20 años a Doña Juani le ha dado fama en el mercado del Parián, junto con su parentela. 

Popularmente llamado “Trompo”, el marido, gira en su propio eje activándole velocidad a las entregas. Y ataja los piropos de los comensales al paso de  la morena de fuego Gaby, quien  no repara en  la admiración que despierta su rítmico cadereo . Sólo basta un giño de ojos y la espera alimentaria calma la impaciencia morbosa de los clientes. Para ella el tiempo apremia. Es una bujía que no se detiene. Le solicitan alimento a su comanda los de Telcel, comerciantes impacientes por las bajas ventas, policías que discuten su calamitosa actividad de apresar hampones. Obreros del vestido, aburridos de gritar sus ofertas que no encuentran eco. Mientras en la “Fonda del hambre”, la anarquía donde todas hablan a la vez y chocan con las palabras, de pronto mágicamente se entienden y cumplen con una orden, para entregar los alimentos a tiempo.

La matrona de aquel sitio, Doña Juani, hunde su mano derecha en la bolsa de su delantal, mas de 30 veces al día, cobrando las necesidades de última hora y lamentándose de la ausencia en las ganancias. Al mismo tiempo en     que  cobra, rememora cuando cayó en bancarrota por vender todas sus propiedades para salvar la vida de la última de sus hijas. Los “borrachitos callejeros” como uno que le apodan “Pacquiao”, rememorando los tiempos de gloria que tuvo en el boxeo, le pide comida gratuita y ella accede con el fin de que se retire con su “discurso” a otra parte. Gina, Cristi y María, luchan contra su enorme obesidad, preparando guisados con tal premura, que son muy pocas las oportunidades de quedar mal con los clientes. De todo esto seguramente si aún viviera el gran cronista urbano, Chava Flores, con seguridad les componía una canción, que las retrataría como las mujeres guerreras de la “Fonda del hambre”, ubicada a escasos 100 metros del “Crucero”, sitio descrito como el gran contraste del Cancún de la miseria, con el de la opulencia. 

En esta latitud se ubica la fonda, donde luego de un arduo día de vendimias, se reúnen en torno a las “caguamas” a reír por la ausencia de esperanzas, donde los únicos sueños los tejen las costumbres diarias de la alimentación. Es el momento en que “Gaby” se detiene a reflexionar en proseguir sus estudios, pero mira a su hija que quiere leche, y tiene que seguir navegando en el mar, receloso, del trabajo agotador, que va consumiendo lentamente su juventud primaria, mientras insiste en apuntar los guisados y ubicar el lapicero en su cabellera y reiterar: “Dame 2 guisados de carne asada, tres frijol con puerco y un pollo frito”.  En el mismo acto en que el sol tímidamente se va ocultando, y la sonrisa de la luna apunta al horizonte, estas mujeres ríen, juegan, laboran y conviven con la comida, ese alimento sagrado al que se han acostumbrado los viejos clientes, desde hace muchas lluvias, en este joven paraíso llamado, Cancún.

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