La inútil estridencia en el paisaje

Había quedado al desnudo el aprendiz de virrey que muy pronto mostraría su talante gangsteril manchándose con la sangre de sus propios correligionarios.

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Hace casi 20 años, la noche del 31 de diciembre de 1993, el maquillaje con el que los paladines del neoliberalismo habían intentado ocultar la miseria, el despojo, la muerte, la burla y el abandono que servían de materia prima a la puesta en escena de un país que anunciaba con bombo y platillos su entrada al primer mundo, se descorrió.

Había quedado al desnudo el aprendiz de virrey que muy pronto mostraría su talante gangsteril manchándose con la sangre de sus propios correligionarios; pero no solo el neotlatoani que despachaba en Los Pinos estaba siendo evidenciado, la podredumbre toda de una nación construida sobre el saqueo y el desprecio interminables de sus pueblos originarios también, de pronto, se descubrió sin el antifaz que velaba el gesto racista.

Pasamontañas, paliacates, fusiles de madera y un torrente de tinta esbozando lo mismo quijotescos escarabajos fumando en pipa que viejos indígenas respondiendo con silencio a todo lo que se les preguntaba ocuparon los espacios donde la palabra, el sentir, el quehacer y el pensamiento de aquellos pueblos primeros siempre habían sido expulsados.

A las balas, la quema de las cosechas, el envenenamiento de las aguas, el robo del ganado, la persecución hasta el corazón de la montaña, le acompañaron la descalificación de los periodistas e historiadores a sueldo que encontraban el hilo negro de la supuesta impostura, las negociaciones que pondrían la mesa a las órdenes de aprehensión, los acuerdos que se firmarían para no cumplirse nunca, los silencios cómplices del nacionalismo con todo y moñito tricolor.

La miseria, el despojo, la muerte, la burla y el abandono, agazapados en medio de los discursos políticamente correctos, asomaron la cabeza de nuevo: “Yo también soy zapatista –dijo  el virrey–, mi hijo se llama Emiliano” y sentó las bases para que su sucesor militarizara el país y nos envolviera en una guerra de baja intensidad donde la contrainsurgencia y el combate al narcotráfico van juntitos de la mano.

Sin embargo, por más miseria, despojo, muerte, burla y abandono que receten, los señores del poder y del dinero y damas que los acompañan precisan de montar sus megalómanas imposturas, pues, con todo y las luces y el sonido con que saturan el paisaje, no consiguen acallar el silencio de quienes les han puesto frente al espejo de su inocultable racismo.

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