La invención de un delito

La prohibición de la marihuana no sólo inventó un delito sino que ha provocado una manera de convivencia delincuencial que va a costar trabajo, dinero y dolor a muchos inocentes.

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Quien esto escribe lleva más de cuatro décadas sin probar una gota de alcohol. No por abstemio ni por prohibición médica sino, simplemente, porque un día decidió que ya no, y ya no. De la misma manera, hace casi tres lustros quien esto escribe dejó de fumar porque así lo decidió, sin coerción alguna.

Nunca, quien esto escribe, ha sentido interés por la mariguana o por otro tipo de drogas. Pero, en caso contrario, no aceptaría policías de su salud que lo asediaran, porque (quien esto escribe pasa a utilizar la primera persona) me parece un insulto que algo se me prohíba por “razón de estado” cuando ese algo en nada afecte a terceros, o por “mi bien” cuando no he pedido el parecer de nadie y soy mayor de edad según la ley.

Ésa es la principal razón por la cual estoy a favor de la despenalización de la mariguana, como primer paso de un proceso democratizador que nos dignifique como ciudadanos. 

Pero, además, ante el trágico ridículo que han hecho gobiernos y naciones en la guerra contra las drogas desde que Estados Unidos la decretara hace menos de cien años, creo, como escribía Carlos Elizondo Mayer-Serra en Excélsior, que “legalizar la mariguana podría también ayudar en el mediano plazo para recuperar la soberanía sobre el territorio nacional”, además de que, como afirmaba él mismo, “un régimen más liberal permitiría otro tipo de soberanía: la del individuo”.

La prohibición no sólo inventó un delito sino que ha provocado una manera de convivencia delincuencial que va a costar trabajo, dinero y dolor a muchos inocentes. Hoy, desgraciadamente, se ha creado un monstruo de muchos brazos y de mil cabezas, por lo cual hay que ir poco a poco en el retorno a los principios para el trazado de las políticas públicas. Y en ello, como escribió Jorge Javier Romero, en Sin embargo: “El prejuicio nunca es un buen insumo para el desarrollo de políticas públicas.”

Pero no es sólo cuestión de prejuicios. El prohibicionismo siempre ha sido un buen negocio. Supo en su momento sacar buena tajada de lo que hacía y hoy, a menos de cien años de una “política antidroga”, muchos medran con su aparente defensa de las buenas costumbres. Se ha vuelto millonarios a mequetrefes para que éstos llenen arcas públicas y privadas de corruptelas. Mientras, las cárceles se llenan sobre todo de adictos que merecen otro trato.

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