La lucha por el poder

No por ser un estado joven Quintana Roo ha estado exento de episodios furibundos de la lucha rapaz por el poder...

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No por ser un estado joven Quintana Roo ha estado exento de episodios furibundos de la lucha rapaz por el poder. Los enemigos no siempre han estado situados fuera del partido que ha detentado la gubernatura desde hace varias décadas y en ocasiones la disputa entre correligionarios ha sido más devastadora que cuando se combate a oponentes con uniforme distinto: un breve repaso.

Las arremetidas mediáticas en contra de los opositores Juan Ignacio García Zalvidea, Gregorio Sánchez Martínez y más recientemente de Julián Ricalde Magaña, son el ejemplo claro de la exacerbación por el control del poder político. 

Pero la lucha no siempre es a campo abierto y con los sables desenvainados. Las cabezas también caen por acción del acoso sicológico, la amenaza o el soborno. Es lo que algunos llaman “la guerra silenciosa”. En 1993 se incubaron las condiciones para que en Cancún, considerado siempre como “La Joya de la Corona”, surgiera exitosamente una alianza de dos fuerzas opositoras al PRI, conformada por el PAN y el PRD. Era la primera vez en todo el país que el experimento de unir a dos partidos antagónicos se había consolidado en una alianza electoral con enormes posibilidades de triunfo. El candidato a la alcaldía era un expriísta destacado, Eduardo Pacho Sánchez. Pero la alianza local era un mal precedente político, así lo entendió el presidente Carlos Salinas y la orden vino desde arriba: bajar al candidato.

Eduardo Pacho fue “enfermado” tres días antes de las elecciones (algunos dicen que fue un día antes). Circuló una fotografía en la que el candidato se veía muy mal, “gravemente enfermo” en una cama de algún hospital de la Ciudad de México y desde ahí envió su renuncia. Ya no hubo tiempo de que la alianza nombrara a otro y mucho menos de que las boletas electorales fueran reimpresas con el nombre del sustituto. Una operación perversa pero limpia de cirugía mayor…

Pero las perversidades han sido también burdas, coléricas, pasionales y sin sentido, simplemente de medición irreverente de fuerzas. Tal fue el caso de un desorientado – que no es lo mismo que osado- gobernador de nombre Mario Villanueva Madrid que con una rústica honda atada al cinto pretendió doblegar la voluntad omnipotente de un presidente en turno. La piedra golpeó en la rodilla de Goliat y éste enardecido desbarató de un golpe los sueños de quien creyó estar a la misma altura. A mediados de septiembre de 1998, la línea del presidente Zedillo vino muy clara: Addy Joaquín Coldwell era la favorecida para suceder a Villanueva. Pero éste, desoyendo consejos y bajo el grito de guerra de “en mi estado mando yo”, replegó la designación presidencial a un proceso de selección interna amañado. Villanueva inyectó millones de pesos a la candidatura de un hombre que nadie conocía políticamente más allá de la fronteras chetumaleñas, Joaquín Hendricks, y éste se impuso como su sucesor. El destino de Villanueva es un recordatorio para quienes se atreven a desafiar el absolutismo del Gran Elector.

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