La mejor realidad

Tengamos presente que Yucatán ocupa el segundo lugar en el país entre las entidades con alta proporción de hablantes de una lengua indígena.

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Con motivo de la celebración del primer Festival de la Cultura Maya en 2012, muchos expresaron la necesidad de que en las futuras ediciones la academia tuviera un papel destacado y que se diera una presencia preponderante al pueblo maya vivo, que sigue manteniendo su identidad a pesar de la erosión del rezago social y la migración. 

Tengamos presente que Yucatán ocupa el segundo lugar en el país entre las entidades con alta proporción de hablantes de una lengua indígena, y que constituyen la mayoría en las poblaciones rurales que son, precisamente, las más marginadas. Un indicador notable es que entre los maya hablantes, seis de cada 100 niños de 6 a 14 años no asisten a la escuela, mientras que entre los que no la hablan, el número es de tres. 

Como un reflejo del cambio sociodemográfico, el censo de  2010 reporta que por primera vez con relación al censo anterior, la población maya hablante disminuyó del 37% del total a sólo el 30 por ciento, siendo que en 1990 representaba el 44%. La pirámide de población refleja esta pérdida de la lengua materna, más acentuada en las nuevas generaciones. De los jóvenes de 15 a 29 años, el 23 por ciento habla una lengua indígena mientras que en el grupo de 3 a 14 años la proporción es de sólo el 11.9 por ciento.

Pero la identidad aún resiste: del total de los que se consideran indígenas la mitad ya no habla su lengua originaria pero se identifica como tal. 

No es entonces gratuito ni marginal que como contrapunto a la segunda edición del Festival Internacional de la Cultura Maya, se alcen voces recias para poner en primer plano estas realidades y darle voz en primera persona a las comunidades mayas, acompañadas de intelectuales e investigadores comprometidos con ellas. Tal es la iniciativa del Festival Maya Independiente, que cuenta entre sus promotores a investigadores como Miguel Güémez Pineda, colaborador de Milenio, quien declaró que el festival no tiene la intención de competir con el Festival Internacional, sino dar “inicio a un proceso que visibilice al pueblo maya” dándole espacios de expresión y participación. Otras voces como la de Ricardo Tatto, también colaborador de Milenio, son aún más críticas.

Reconociendo la validez de esta iniciativa, se puede aventurar que no sólo puede, sino debe ser factible la convergencia con el Festival Internacional, que está adquiriendo una amplitud y profundidad que seguramente rebasará la fase coyuntural, para establecerse sólidamente. 

Ha generado voluntad política, compromiso económico, participación de muchos actores y espacio para múltiples expresiones, incluyendo el “oropel” de las galas artísticas, los encuentros académicos y la promoción turística. ¿Cómo asegurar en este proyecto la visibilidad de la que habla Miguel Guémez? ¿Se vale intentar la reflexión que Abreu Gómez pone en boca de Canek?: “el hombre de estas tierras debe ser más exigente y más humano; debe querer la mejor realidad: la posible, la que madura y crece en sus manos”.

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