La niña que persigue estrellas

Los niños nos enseñan con su corazón y nosotros con “la razón”. No hay escalera imposible si hay voluntad, pasos firmes y una respiración por cada escalón.

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La señora que limpia la casa donde vivo en el D.F. tiene una hija con problemas de motricidad. Usa botas ortopédicas y le es difícil caminar. Mi cuarto está en la azotea, cerca del cuarto de lavado. Para llegar hay que subir 3 pisos de una complicada escalera. 

La señora estaba lavando, yo dormía, me despertaron los gritos de la niña: ¡Voy a subir, no bajes! Su mamá respondió: Quédate abajo, no te vayas a caer. Ella insistió: ¡Voy a subir! Oí cada golpe de sus pasos lentos, cómo se detenía a respirar y tomar aire. Yo en suspenso : ¿Lo lograría? Espacios en silencio y de nuevo los pasos de las botas ortopédicas. 

Cuando llegó a mi puerta gritó: ¡Te dije que yo subía! Salí a platicar con ella, quería ver su rostro enrojecido por el esfuerzo, sus ojos brillantes por haberlo logrado. La charla con un niño siempre es un privilegio. Me dijo que estaba de vacaciones pero se había levantado a las seis de la mañana, porque me quería conocer. 

Mi mamá me dijo que eres del teatro. Y se soltó a preguntarme si era cierto que las estrellas son más grandes de cerca, ¿por qué están tan lejos? ¿Podemos acercarnos a mirarlas?¿Cómo nacen las estrellas? ¿Cómo se mueren? ¿Dónde las entierran? ¿Cómo llega uno al cielo sin morirse? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Preguntaba mirándome fijamente con sus ojos negrísimos y su cabello muy estirado hacia atrás. Mis respuestas apenas se iniciaban cuando ella lanzaba nuevas preguntas. 

A la hora de irse su mamá le dijo: Dale un abrazo, no la vas a volver a ver. Ella se lanzó a mis brazos. ¡Hacía mucho que nadie me abrazaba con tanto cariño! Empezaron de nuevo las preguntas: ¿Cuándo te vas? ¿Cuándo vuelves? ¿Por qué te vas? La pequeña se fue y quedaron sus estrellas rondando en mi cabeza. Su temor por las abejas pues picaron la cara de su mejor amiga. Pero sobre todo me quedó su decisión: “Yo puedo subir”. 

El golpe seguro de sus pasos subiendo la escalera, su respiración, su esfuerzo. Mi silencio escondido tras las cobijas. Son tantas las cosas que nos enseñan los niños, es tan absurdo todo lo que queremos enseñarles. 

Ellos nos enseñan con su corazón y nosotros con “la razón”. Quizá ése es el gran problema. La pequeña interrogante de estrellas me enseñó que no hay escalera imposible si hay voluntad, pasos firmes y una respiración por cada escalón. 

En su honor no dejaré de caminar nunca, a lo mejor un día puedo llegar hasta las estrellas, hacerles todas sus preguntas y mandarle una carta a la pequeña con todas las respuestas. No sé si para ella valió la pena conocerme,  antes de dormir pienso en ella y mi corazón me dice que para mí sus palabras y su esfuerzo valieron mucho, mucho.

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