Comencé 2012 parodiando un mal fario que escuché a finales de 2011, la profecía de los tres candidatos asesinados. Una propuesta de una tosquedad grosera: para demostrar poderío o vengarse de Felipe Calderón, los “narcos”, los “malos”, matarían no a uno de los candidatos presidenciales, como en 1994, sino a los tres. Al del PRI, al del PAN y al de las izquierdas.

Propuse, por el contrario, que era más alta la probabilidad de que millones de mexicanos salieran a decidir en paz el 2 de julio, y que la larga temporada de desencuentros desembocara en una época de cooperación política. Cuestión de lógica, sentido común, no de presentimientos o inspiraciones divinas.

Ahora resulta que 365 días después las predicciones son venturosas. Perfilan una suerte de prolongado periodo de gracia, una larga luna de miel.

Ojalá fuera así, pero no veo por qué vaya a ser así. Es de celebrar el diciembre de distensión y manos tendidas, el discurso templado del presidente Peña Nieto, la manera en que los personajes del “no” intentan transmutarse en los del “sí virtuoso”, incluso el entusiasmo de los reformistas y los financieros. Hasta ahí.

Diciembre fue un apreciable momento de tregua. También un mes de extrema violencia, con una cifra de ejecuciones y episodios propios de los tiempos más duros de la “guerra de Calderón”.

Obtuso u optimista, todo está por escribirse, registrarse. Bien a bien, no ha pasado mayor cosa con el nuevo gobierno. Aunque no sea poco que 2013 comience con una profecía de anhelo, no con una de horror, como la del año anterior.

Y el anterior y el anterior y el anterior.