La tirana mayoría

La enorme influencia de Amnistía Internacional asegura que sus recomendaciones sean seriamente estudiadas en casi todo el planeta.

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Amnistía Internacional es una organización ampliamente respetada en el mundo, numerosos gobiernos, organismos internacionales y personalidades de las artes y el espectáculo colaboran con ella en la promoción de las garantías consagradas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Presente en más de 150 países y con más de 7 millones de colaboradores, tiene una enorme influencia en la globalizada sociedad actual. 

En los últimos días algunas de las actrices más destacadas de Hollywood se han pronunciado contra un informe en el que se estudia la posibilidad de despenalizar la prostitución.

El informe será sometido a discusiones en la sede de Dublín de AI durante el mes de agosto, en él se asegura que criminalizar la actividad de la prostitución genera mayores abusos contra las mujeres explotadas por parte de quienes controlan esta actividad; las artistas argumentan que legalizar la prostitución convertirá a los proxenetas en hombres de negocios que sin ningún reparo podrán vender como objetos sexuales a mujeres sin hogar, con historias de maltrato, discriminación y pobreza. La enérgica protesta ha originado que Amnistía Internacional responda que dicha propuesta aún está por ser estudiada.

La enorme influencia que Amnistía Internacional tiene en tantos países del mundo y con tantos millones de colaboradores asegura que sus recomendaciones sean seriamente estudiadas en casi todo el planeta y aceptadas en gran cantidad de casos. 

¿Qué es lo que lleva a un organismo que se precia de defender los derechos humanos a tan siquiera considerar semejante propuesta? Vivimos en un mundo globalizado y postmoderno en el que la única gran verdad es que la verdad es relativa, se han perdido a través de los años las guías filosóficas, religiosas y morales que daban certidumbre y cohesión a las sociedades.    
Nos han repetido y nos hemos repetido hasta el cansancio la mentira de que cada quien tiene su verdad y ésta siempre es respetable; todo es verdad, todo está bien, y prácticamente todo es permitido. Es común escuchar en un intento patético de acallar nuestra conciencia exclamar: “Tengo derecho a hacer lo que yo quiera mientras no dañe a otros”, pero en un mundo de millones y millones de matices, ¿quién determina con total certeza en qué momento estamos haciendo un daño al prójimo? Al determinarlo nosotros mismos, nos volvemos juez y parte de un juicio que privilegiará nuestros deseos por encima de los verdaderos derechos de los otros.

Cuando nuestras muy particulares maneras de ver el mundo encuentran coincidencias que se extienden a grupos numerosos, surgen organizaciones que pugnan por establecer como legal, aceptable y verdadera su particular visión del mundo; es así como en algunos lugares se establece el aborto sin limitantes como derecho, mientras en otros se legaliza el matrimonio homosexual, en algún otro lugar se despenaliza el consumo de la mariguana, más allá se autoriza la eutanasia o se prohíbe tener más de dos hijos como política de control natal.

De la confusión monumental de los miles de millones de verdades existentes en el mundo pasamos a la tiranía de la mayoría, en la que justificamos y legalizamos conductas o pensamientos solamente porque un cada vez más numeroso grupo de personas comparte dicha idea o práctica. Charles Spurgeon comentaba que “lo correcto es lo correcto, aunque todos lo condenen, y lo incorrecto es incorrecto, aunque todos lo aprueben”. Parece que mucho ha cambiado el mundo desde que Spurgeon pronunciara estas palabras, fundamentalmente porque es más cómodo seguir a la manada que oponerse a ella por hacer lo correcto.

Amnistía Internacional pretende evitar un incremento en la violencia contra las mujeres explotadas sexualmente, legalizando la prostitución y dándole permiso a los proxenetas y traficantes de mujeres para continuar la explotación inmisericorde y brutal de millones de mujeres, permitiendo que los explotadores puedan edificar una vida de lujos sobre la miseria humana más descarnada, el sufrimiento y las lágrimas de millones de mujeres. El razonamiento parece ser: muchos lo hacen y no podemos evitarlo, entonces legalicémoslo; la brutal tiranía de la mayoría sobre la dignidad del ser humano. 

Hay que recordar aquello que sabiamente afirmaba Jean Cocteau: “No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”. En un mundo tan endiabladamente confuso, a nuestra humanidad le urge encontrar de nuevo el camino, la verdad y la vida.

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