Este viernes termina el ejercicio como titular del Ejecutivo Federal de Felipe Calderón Hinojosa. Quienes con él compartimos filiación partidista hubiéramos preferido que le sucediera alguien emanado de las filas panistas. Sin embargo, así es la democracia: no hay victorias ni derrotas eternas.

Más allá de preferencias partidistas, debemos congratularnos de que, a diferencia de hace algunos años, exista transición democrática, pacífica y ordenada. Para eso, por cierto, luchó el PAN de siempre. Para que fuera el voto ciudadano y no la decisión unipersonal del “gran tlatoani” quien decidiera. La meta democrática panista hecha realidad, aunque temporalmente el resultado no nos haya sido favorable.

No podemos desear que le vaya mal a la administración entrante, porque esto implicaría que le fuese mal a todo México. Ello es congruente con el principio panista de que “el interés nacional es preeminente y que todos los intereses parciales derivan de él o en él concurren”; incluyendo el interés del propio PAN. Toca al PAN, a nivel federal, ser partido de oposición, pero no de obstrucción. Los mexicanos deben contar con un partido inteligente que, en el interés ciudadano, se oponga con firmeza a cuanto dañe a la Nación y apoye todo lo que la beneficie.

Pero justo es decir que no sólo habrá transición pacífica sino también estable. A diferencia de finales de sexenios anteriores, se tiene una economía fortalecida y sin riesgos mayúsculos, programas sociales en marcha que evitaron retrocesos, obra pública múltiple, mejor sistema de salud, etc. Sería tan ciego afirmar que todo se resolvió en este sexenio, como miope o cínico negar los avances. Sin duda, Felipe Calderón Hinojosa ha sido un gran presidente de México. Ojalá que el próximo Ejecutivo Federal honre la democracia y que de él se pueda decir lo mismo dentro de 6 años.