La trascendencia de la juventud

“¿Quién era yo? ¿Qué era yo? ¿De dónde había venido? ¿Cuál era mi destino? Me preguntaba esto una y otra vez...

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“¿Quién era yo? ¿Qué era yo? ¿De dónde había venido? ¿Cuál era mi destino? Me preguntaba esto una y otra vez, pero era incapaz de encontrar la respuesta”, es lo que dice el monstruo de Frankenstein en la obra de Mary Shelley. Estos cuestionamientos son un epígrafe de la juventud.

Celebrándose ayer 12 de agosto el Día de la Juventud, conviene preguntarnos, ¿qué es ser joven? Sin duda al pensar en “juventud”, a la mayoría de los adultos les vendrá a la mente la desastrosa imagen de algún grupo de individuos deambulando por las calles, con los pantalones a media nalga, tatuajes, rastas y piercings. Porque, sin duda, es una imagen real. 

Va de nuevo la pregunta: ¿Qué es ser joven? Es difícil responderla, porque nunca se es algo concreto; y siendo joven, generalmente ni siquiera se “es”. Porque somos esa persona que a veces al mirarse al espejo, no se encuentra; que a veces calla y a veces grita; que no sabe si quedarse quieta o correr; que llora y que canta. Vivimos como contradicciones. A veces anclados, y a veces dejándonos llevar por la corriente.

Se cree que los jóvenes de hoy en día son tiranos, inconscientes sin futuro, entes desenfrenados. Porque contradicen a sus padres, no respetan reglas y desobedecen a sus maestros. Pero estas muestras del descontrol, ¿no son propias de la juventud? La verdad es que el desgano y la incertidumbre juveniles no son sino consecuencia de nuestro mundo alborotado. Nuestras actitudes descontroladas y nuestra rebeldía son un reproche contra un mundo que nos desagrada, pero también un intento por encontrar en él un sitio; más aún, por encontrarnos a nosotros mismos.

Dijo el poeta y dramaturgo alemán Friedrich Hebbel, que “a menudo se echa en cara a la juventud el creer que el mundo comienza con ella. Cierto, pero la vejez cree aún más a menudo que el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor?”. Ambas son visiones erróneas. Tengo la certeza de que lo mejor es creer que el mundo cambia con nosotros.  

Quizá para la juventud lo propio sería, en vez de reprochar contra el mundo, actuar por su cambio. Para un joven su mayor enemigo y obstáculo, está en el interior. Pero es por eso que el desarrollo interno debe servir también para el desarrollo del exterior, para la transformación de nuestro entorno.

Tanto el excesivo libertinaje, como la continencia, acaban por secarnos el espíritu. Por eso lo que conviene en la juventud es experimentar, divertirnos, pero también tener ideales, y actuar por ellos. Es imprescindible en los jóvenes el adquirir buenos hábitos, y es de máxima importancia el desarrollar nuestros talentos.

¿Cómo vemos el mundo los jóvenes? En países como Colombia y México, los jóvenes viven en medio de las balas del narcotráfico; a veces esquivándolas, y a veces lanzándolas ellos mismos, pues se unen a estos grupos como una opción ante la pobreza. Los niños y jóvenes latinos en Estados Unidos con la congoja de la soledad del inmigrante. El acoso en las escuelas. Las jóvenes no podemos pensar en salir a la calle solas, por temor a ser secuestras y prostituidas o por el tráfico de órganos; por el terror de ser violadas a la vuelta de la esquina. La escasez de oportunidades educativas y laborales. Prácticamente todo sitio y ámbito están marcados por la desigualdad, injusticia y violencia.

De ahí la importancia de desarrollarnos y de actuar, de unirnos a causas nobles y, sobre todo, de no desperdiciarnos, para que esta etapa no sea sólo un trance, sino un espacio de posibilidades; una etapa dónde gracias a nuestra energía podemos poner la vida a nuestro favor. Y si somos capaces de ver qué está mal con la sociedad, ¿por qué no transformarla?

Difiero de George Bernard Shaw cuando dijo: “La juventud es una enfermedad que se cura con los años”. Más bien concuerdo con Picasso: “El camino de la juventud lleva toda una vida”.

Que la juventud sea sinónimo de búsqueda; y más que rebeldía, transformación. Que la juventud sea trascendente.

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