La utopía de la felicidad…

Gozamos de libertad sometedora y esclavitud liberal. Los encadenamientos ideológicos y las torturas...

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Gozamos de libertad sometedora y esclavitud liberal. Los encadenamientos ideológicos y las torturas materiales nos encarcelan.La alegría sólo resiste un pedazo de tiempo y de lugar, luego se evapora. Por ello, todos la buscamos, en diferentes partes del extravío. La deseamos en la medida en que nos atrapa la soledad. La confundimos con el azar, buscando ser premiados por el cielo. Y los hay quienes quisieran tenerla de inquilina perpetua. ¡Claro que nos referimos a la felicidad!  Aunque realmente es sorprendente la equivocación entre alegría y felicidad. Pienso que en tanto la primera surge espontáneamente del corazón, la otra viene del profundo exterior del alma. Mientras que la alegría no brota de ninguna parte,  sólo cambia de domicilio abrazada a su insigne compañera, la sonrisa. En cambio la felicidad es un don mansamente creado para emocionar al espíritu y de vez en vez darle rienda suelta al placer, hasta el final de su duración o en espera de otra ocasión. Por ello sólo somos felices ocasionales y relativos. En cambio alegres son los constantes momentos en que insistimos en esconder el dolor y aparentar en la actuación, la comedia, tragedia o la farsa de la vida.

Ya Aristóteles, fiel representante de la filosofía  griega, al plantearse la cuestión, había señalado que: “ser feliz era el fin natural de la existencia humana”, y recomendaba recurrir a la reflexión del conocimiento para investigar y orientar tan crucial sentido. 

El tiempo programa los ratos duraderos de la felicidad en la existencia humana. Hoy sabemos que ese espécimen raro, ese momento exclusivo  llamado felicidad se acomoda a los distintos seres que la viven en su espacio, este, reducido por cierto. “Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar que es lo que produce una vida feliz, caminan sin rumbo claro”. Con este párrafo comienza Lucio Anneo Séneca su breve tratado “Acerca de la vida feliz”.

Siempre he pensado que para ir a nadar al mar de la felicidad en un rato exquisito de la vida, dejamos en el intento, los obstáculos del dolor. No somos seres de la felicidad. Venimos al mundo buscando encontrar el boleto afortunado que nos abone un poco de ella. Por ello existen miserables que vivieron a cuestas el infortunio y la felicidad sólo los sorprendió otorgándole fuertes dotaciones de tristezas. En el vértice de la paradoja, rompe la exactitud de la felicidad, su enemiga natural: la libertad. De aquí que convenga subrayar el valor que muchas éticas filosóficas o de origen religioso tienen para liberar al individuo de las presiones que cualquier sociedad, de modo indiscriminado, impone, trasmitiendo con la ideología tribal su aparato de poder, o su manipulación turbia de los deseos.

En los actuales tiempos, con los reclamos al consumo, la moda, los usos  y estándares sociales, han llevado hasta su máxima expresión que la ética de origen social o religioso suela presentarse como una liberación y quede estacionada tan sólo en un “saber de salvación” o mínimo en una acción terapéutica. Por su parte el tiempo y la felicidad se combinan, se conjugan, se estrechan. Una delimita a la otra, prestándole un espacio reducido y permitiéndole al ser un respiro en su anhelada experiencia de vida. 

Tiempo es el espacio duradero de la felicidad. Felicidad es conocer la lectura del reloj y no poder detenerlo tan sólo con lo grandioso que es la muerte. 

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