La vejez, ¿la mejor etapa de la vida?

Dios no nos regaló la vida con la idea de que la primera mitad fuera la mejor. El concluye y perfecciona todo lo que comienza. De manera que no tengamos miedo a la vejez.

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La vejez debería ser la mejor etapa de nuestra vida. Quien ha procurado amar, ha vivido intensamente y ha hecho todo lo posible por agradar a Dios puede ver entonces el buen fruto de sus esfuerzos. Eso debería de ser motivo para que uno se sienta auténtica y permanentemente realizado, seguro de que le aguardan recompensas eternas.

Es una verdadera lástima que tanta gente tenga un concepto terrible de la ancianidad, cuando lo cierto es que todo debería ir de bien en mejor a medida que avanzamos en edad. 

La vejez sólo nos produce desilusión cuando descubrimos que el paso de los años no nos ha servido para acercarnos a Dios, que no hemos hecho otra cosa que dar vueltas a la vida y no hemos llegado a ningún lado.

No debemos olvidar que el corazón que ama siempre es joven porque aunque se nos formen arrugas en la frente, hay que estar en lucha de que no se nos formen en el corazón. 

Nuestro espíritu nunca debe envejecer. A las personas las envejece más el endurecimiento del corazón que el de las arterias. Mucho más importante que sumar años a la vida es sumar vida a los años.

Es triste pero real, el párrafo del arquitecto Manuel Urrieta Aupart cuando narra en La Acuarela del Anciano “¡A mis soledades voy...a platicar con el silencio de mis recuerdos y mis problemas!  Ese hombre decaído, con pocas fuerzas para vivir, ese ramillete de huesos adoloridos, que lo hace caminar lento, solo... ese anciano que necesita ternura en su soledad, que se siente abandonado en el silencio de su cuarto. La ancianidad llega sin remedio, los últimos años pesan mucho, es cuando se necesita mucho calor en el corazón porque se lleva a cuestas un costal lleno de momentos vividos, de sufrimientos, gozosos, lágrimas de amor, de cariño, y muchos...muchos recuerdos.
Pero Samuel Ullman, en una aceptación optimista y en forma magistral dice: “Nadie envejece simplemente por haber vivido cierto número de años. Sólo se avejenta quien abandona sus ideales. Los años arrugan la piel, la pérdida de interés, el alma. Las preocupaciones, las dudas, la inseguridad, los miedos, la desesperación...eso es lo que tras largos años nos doblega y devuelve al polvo el espíritu que prosperaba. Joven es el que tiene fe; viejo, el que duda. Joven es el que tiene confianza en si mismo; viejo, el que teme. Joven es el que tiene esperanza; viejo, el que la ha perdido”.

Pero Dios no nos regaló la vida con la idea de que la primera mitad fuera la mejor. El concluye y perfecciona todo lo que comienza. De manera que no tengamos miedo a la vejez ni nos resistamos a ella; más bien hay que preocuparnos de que sea una etapa hermosa en nuestra vida.

Es mi deseo regalarles, para concluir este artículo, la oración para envejecer con dignidad: “Jesús, Tú prometiste: Bástate mi gracia porque tu poder se perfecciona en la debilidad. Aunque mi cuerpo envejezca ayúdame a mantenerme joven de corazón y de espíritu. Recuérdame que debo agradecerte las temporadas en que goce de buena salud y concédeme la gracia para aceptar de buen ánimo las dificultades y desilusiones que vendrán con la edad. Amén.”

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