La Xtabay

Anoche, por fin, se decidió a venir para juntar nuestras soledades y buscarles alivio. De verdad es hermosa, de larga, negra mata de cabello, ojos de profundo café y una blanca sonrisa

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El jueves 25, lo más temprano que pude, fui a ver al viejo a su casucha. En la víspera de Navidad lo invité, casi le rogué, que fuera a la cena en casa de unos parientes, sobre todo porque en estos días no ha estado bien de salud y me preocupa que le dé un ataque de asma y se me vaya a marchar al otro mundo sin nadie siquiera que lo auxilie. No quería que pasara la noche solo en ese cuchitril en el que se empeña en vivir, si es que eso se llama vivir: cuando hay frío, es una nevera; cuando hay calor, es un horno. Sé, sin embargo, que es inútil: de ahí lo voy a sacar el día menos pensado con las patas por delante.

Pensé que lo iba a encontrar jeteado en su hamaca de hilo de seda de cuatro cajas, bajo el cobertor que el otro día le llevé, tiritando a causa del frente frío 21. ¿Y qué creen? Estaba tomando su café con un croissant almendrado que se veía riquísimo y con una cara de seráfica alegría como pocas veces le he visto. Entre sorbo y sorbo y mordida y mordida de su café y su pan, tarareaba un villancico que jamás en la vida había yo oído. Se levantó bailando, me sirvió una taza de humeante, aromático café y, sin mediar pregunta, me dijo:

Custodio, anoche estuve de fiesta, fue una de las mejores noches de mi vida, hasta el asma se me olvidó. Vino a verme la Xtabay y celebramos el amor como nunca, al menos como nunca para mí, no sé si para ella, pero te puedo decir que reímos, bebimos (un brebaje digno de dioses que ella trajo), hablamos y lo demás se queda en el secreto de mi alma. Ya sabes que los caballeros no tenemos memoria, como dijo mi colega don Juan. ¡Ay, qué morena, custodio! Todavía estoy ebrio de felicidad.

Uay, ya lo perdí, me dije. Hoy sí qué se chifló. Llegó el momento que tanto temía y tengo que meditar muy bien qué voy a hacer con él. Pero luego miré en la mesa y había una botella vacía de un vino tinto que, me imagino, por el buqué que despedía el corcho, debió ser un caldo de lujo. Y luego los croissants (de hecho me invitó a uno y sí, estaba para no dejar ni una migaja). El de salsa de champiñones y jamón serrano, me restregó en la cara: Bocatto di cardinale.

La curiosidad me carcomía por dentro, así que le dije: Cuenta viejo.

Te voy a contar lo que se puede, me advirtió. La Xtabay estaba sola y triste en su ceiba –según me confesó-. Ella vive una vida solitaria porque todo el mundo afirma que es mala y que vuelve locos a los hombres, pero que no es así. Me dijo que ya me había visto muchas veces aquí en mi casa (su ceiba no está lejos) y anoche, por fin, se decidió a venir para juntar nuestras soledades y buscarles alivio. De verdad es hermosa, de larga, negra mata de cabello, de unos ojos de profundo café y con una blanca sonrisa que te penetra hasta el alma. Lo de que ataco a los hombres es parte de una leyenda negra, me aseguró. Déjame acompañarte hoy, me pidió.

Custodio, ¡qué noche! No de ensueño, lo que sigue. Su fuego reavivó las moribundas llamas de la pasión en mi alma y cauterizó mis heridas.

Ya no pregunté más. Le di las gracias a la Xtabay en mis adentros y dije: Quien quiera que seas, ojalá lo visites más seguido. 

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