Las facturas del Ejército y la Armada

En cuanto a la Marina, si bien lo prioritario es el equipo y software para sus labores de “espionaje”, también debe acelerar la renovación de sus buques de guerra.

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La Armada solicita 232 millones de pesos para potenciar su sistema de inteligencia naval, que le han funcionado en la lucha contra el crimen; mientras que el Ejército pide 100 millones de pesos para comprar arsenal moderno y garantizar la integridad del personal que realiza esas tareas.

Son las facturas de las Fuerzas Armadas, y es casi seguro que la dependencia a cargo de Luis Videgaray apruebe los recursos a quienes han demostrado eficacia y eficiencia en tareas de seguridad interna.

En nuestra anterior colaboración destacamos la importancia de la inteligencia militar, y así lo confirma la Marina al señalar que le es indispensable contar con equipos adecuados para obtener información de inteligencia efectiva en el desarrollo de sus operaciones navales.

Los de tierra, a su vez, argumentan que las armas que utiliza el personal tienen en promedio una antigüedad de más de 10 años, lo que excede su vida útil, y reemplazarlo es urgente dado que continuarán apoyando las labores de seguridad pública en todo el país.

En cuanto a la Marina, si bien lo prioritario es el equipo y software para sus labores de “espionaje”, también debe acelerar la renovación de sus buques de guerra, ya que casi un 30 por ciento de ellos ha llegado al final de su vida útil, según señalan especialistas. (Ver www.fuerzasmilitares.org)

Sólo por citar un ejemplo, de la veintena de buques patrulla Oceánica, clase Valle, que tenía, solamente quedan 10 en servicio. Estos barcos causaron alta en la Armada de México en 1973, procedentes de Estados Unidos, originalmente eran dragaminas construidos para la II Guerra Mundial, así que tienen más de 70 años.

Si bien en los dos últimos sexenios se ha reactivado la construcción naval, los buques también deben ser una prioridad para la Semar, como sus unidades aeronavales, que han cumplimentado a la perfección el apoyo a la Infantería y a las unidades de superficie.

Anexo "1" 

Nuestros Guardacostas

El verano de 1973 arribamos a Acapulco, un grupo de marineros recién egresados de la Escuela de Grumetes de Veracruz. Esperábamos la llegada de nuestro primer barco, el Guardacostas “Ignacio L. Vallarta”, recién transferido de Estados Unidos a México. 

Mientras tanto, fuimos comisionados en el legendario “Cañonero Guanajuato” cuyo comandante (¿quién lo diría?) era José Ramón Lorenzo Franco, por entonces capitán de Fragata y quien en 1994 sería secretario de Marina.

Días después entró a la bahía nuestro barco y atracó en el muelle de la Base Naval de Icacos. Y al abordarlo, ¡oh decepción! Tenía 30 años de servicio, y aunque bien conservado, pues estaba en el “cementerio de barcos” de San Diego, California, había mucho que trabajar.

Y ahí nos fuimos forjando en las lides marineras, viajando por el Pacífico hasta Manzanillo, hacia el norte, y hasta San Benito (hoy Puerto Chiapas), al sur, con escalas en los puertos intermedios. Hicimos muchas singladuras que al final de nuestra travesía sirvieron para computar un año más para efectos de retiro.

Mi estancia en el “Vallarta” se prolongaría por poco más de dos años, hasta que permuté al Guardacostas “Ponciano Arriaga”, mi mejor barco, más limpio, con un mejor puerto base, Mazatlán, pero poco nos duró el gusto, pues fuimos transferidos de base, en mayo de 1977, a Salina Cruz, Oaxaca, donde se fueron registrando nuevos acaecimientos...

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