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Nunca estaremos lo preparados que creemos estar cuando pensamos que alguien ya no estará. La ley de la vida nos hace pensar que nuestros padres deben ser los primeros en irse y después los hijos, y aunque no es una ley, parece que sentimos que estamos de alguna manera preparados hasta que pasa y es entonces cuando nos damos cuenta que no importa lo que suponíamos, los sentimientos simplemente reaccionan a las circunstancias, por más clara que parezca que teníamos la situación.

Cuando una persona querida muere y nos enfrentamos a tanto dolor podemos entender que no importa nada más que lo que nuestra alma y corazón hayan conectado con esa persona, que las cosas materiales no importan, que no debemos suponer que las personas "entiendan" cuanto las amamos, porque las palabras dichas se quedan en el alma.

Entendemos que la vida se va tejiendo de recuerdos, de risas, de llantos, de palabras, de compañías, que lo que no hagamos en el momento y en la hora correcta no sirve de nada, que siempre debemos tener tiempo para vivir y no dejar las cosas para cuando ya no hay tiempo, entendemos que la vida es un suspiro y que puede terminar en cualquier momento, que la vida son etapas y caminos sin regreso, aprendemos y entendemos que todo es prestado y que nada es eterno, en el mundo material, porque nadie puede quitarnos el recuerdo, lo aprendido, lo querido, lo vivido, en esta vida vamos sólo de paso, y lo importante es la huella, no importa si es de un pie o de un calzado caro, ¡las huellas que no se borran son las delicadas que pisan en el alma!

¡Las personas no mueren cuando las guardamos en el corazón!

Esta columna dedicada especialmente a mi padre, ¡al que amé y amaré con toda mi alma!

¡Hasta siempre pá!

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