Legitimidad perdida

La pluralidad no es gobernable con el viejo sistema político, evidentemente agotado, y sin cuyo relevo la transición democrática seguirá inconclusa

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Las protestas por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa se han extendido por el país. En algunos casos, notablemente en el D.F. y en Guerrero, dentro de las manifestaciones ha habido actos violentos y vandálicos, sin embargo, éstos no son ni de lejos el signo distintivo de las protestas. 

Sí lo es el enojo expresado. Y si bien éste se focaliza en el presidente de la República, en realidad lo que expresa es un amplísimo descontento con los políticos, la política misma y, en última instancia, con la siempre inmadura democracia mexicana. Los pobres resultados que ha traído al país contrastan con las expectativas que hace tres lustros despertaba en la mayoría de los ciudadanos.

Es preocupante, en estas condiciones, que los principales actores políticos del país, los partidos, parecen no escuchar este reclamo airado, que interpretan dentro de los esquemas con los que normalmente operan, y que se basan en medir avances y retrocesos particulares, propios o de sus adversarios. Con esta óptica, el PRD celebra que las quejas no vayan contra ese partido, que postuló al alcalde asesino de Iguala, los de Morena ven confirmada su postura de que todos los gobernantes, excepto los propios, son ilegítimos, y el PAN se preocupa del desorden que se ocasiona en las calles, deseando a ratos la represión.

Pero la posición más preocupante es la de muchos priistas y algunos comunicadores cercanos a ese partido. En ellos comienza a generalizarse la idea de que las expresiones de protesta no son auténticamente ciudadanas, sino que son alimentadas por fuerzas hostiles al gobierno, cuyas señas particulares no se mencionan nunca, pero cuya operación hace de las manifestaciones actos ilegítimos, no frente al gobierno, sino frente a la nación misma.

La arcaica pretensión de que el descontento social es obra de los masiosares -esos extraños enemigos de la patria- es un error y un peligro. Un error, porque impide ver la grave crisis de legitimidad del sistema político mexicano actual. Un peligro, porque revive la arcaica tentación de reprimir a la sociedad civil cuando su descontento incomoda al poder.

No estamos ante otra crisis. La pluralidad no es gobernable con el viejo sistema político, evidentemente agotado, y sin cuyo relevo la transición democrática seguirá inconclusa.

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