Llamémosle barroco

Gabriel García Márquez fue amigo muy cercano a Fidel Castro.

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Mucho se ha escrito acerca de Gabriel García Márquez. Mucho más a favor que en contra aun cuando “ciertas” amistades del Nobel le hayan hecho objeto de críticas que han llegado inclusive a lo soez. 

Yo me uno a quienes digan que su obra ha sido un regalo que los cielos o la pura fortuna dejaron caer sobre nuestra lengua.

En cuanto a los personajes del poder que fueron sus amigos, soy de quienes creen que ejerció una diplomacia de la amistad con resultados más positivos que negativos en lo político y que, en lo literario, le permitió conocer las entrañas de monstruos con diversos signos a los cuales novelar.

El hecho de que uno de tales monstruos haya sido su amigo muy especial a muchos resulta motivo de escándalo: Fidel Castro. 

Todos sabemos, porque lo dijo múltiples veces y aun por televisión, la importancia que daba García Márquez a la amistad. 

Llegó a afirmar que lo único que le importaba era ser amigo de sus amigos. Guste o no, Castro era uno de ellos. Y también se sabe que su diplomacia de la amistad salvó a muchos perseguidos en la isla y que el Nobel estaba consciente y satisfecho por ello.

Tal vez hubiera sido mejor que rompiera con el dictador en cuanto éste empezó a demostrar que lo era. Pero no lo hizo. 

Yo ni lo envío al infierno por mantener esa amistad, ni uso a García Márquez como prueba de que Castro ascenderá a los cielos cual Remedios la bella. 

Las canonizaciones no me caen bien (ni siquiera la mitad de las que se aproximan en la iglesia) y, sobre todo, no me corresponden. 

Mucho menos enviar a nadie a los infiernos. Ambas actitudes son extremismos que se tocan, aun cuando sean retórica.

Pero todo esto es lo que menos importa del genial escritor. Y si lo apunto es tan sólo como una muestra más de nuestras contradicciones como ciudadanos del gran país barroco que es nuestra América. Participamos de un ethos barroco (un ser compartido que no ha terminado de asimilar la ilustración) que nos define y nos enriquece.

García Márquez es una de nuestras cumbres barrocas y por eso cuesta trabajo definir su “realismo mágico”.  

Era el barroco puro lo que señalaba en sus compatriotas al volver a Aracataca. 
Llamémosle barroco. Como Lezama y Carpentier, como Arenas o Sarduy. No ocultemos nuestra mayor gloria que va de Santa Prisca, en Taxco, hasta Macondo, en el Caribe, por ejemplo.

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