Llegar
Hacía apenas unos meses que Don Will había sobrevivido al que quizás fue el desastre natural más mortífero en la historia de todo México...
Aún recuerdo con claridad su sonora, vivaz y firme voz cuando, durante la celebración de su cumpleaños, me dijo: “Gordo, algunos dicen que está de la chingada llegar a los cincuenta, pero yo digo que está más de la chingada no llegar”. Y vaya que mi padrino, don Wilberth Díaz Aguilar, sabía muy bien de lo que estaba hablando.
Hacía apenas unos meses que Don Will había sobrevivido al que quizás fue el desastre natural más mortífero en la historia de todo México. Sorprendido por las primeras sacudidas mientras tomaba una ducha a primera hora de la mañana, cuenta que apenas tuvo oportunidad de enfundarse a toda prisa sus calzoncillos mientras un fugaz recuerdo, quizás rescatado de los rincones de la memoria gracias a su instinto de supervivencia, le decía que ponerse bajo el marco de una puerta era una cosa sensata durante un terremoto. De ese modo, relata que vio desplomarse a su izquierda y a su derecha, tanto el pasillo como la habitación que ocupaba ese día en el Hotel Regis de la hoy Ciudad de México.
Luego, todo fue obscuridad, polvo, escombros, gritos, y desesperación. A ciegas, narra su travesía a gatas por una pendiente que parecía interminable, hasta que por fin percibió un hilo de luz que lo condujo hasta el exterior. Ahí, en medio del caos, anduvo sin papeles ni dinero, sin ropa y sin poder comunicarse con su familia durante varios días. Varias misas se celebraron en la Iglesia de Itzimná para pedir porque fuera encontrado con vida; sin embargo, entre la poca información que empezaba a fluir por aquellos días de 1985, llegaban imágenes de un completamente aplastado Hotel Regis, mientras las esperanzas aquí se veían disminuidas ante las dimensiones de la tragedia.
Por ese entonces yo aún no llegaba a los veinte. La gracia de Dios ha permitido a mi padrino llegar a los ochenta, y si hoy tienes entre tus manos y estás leyendo esta nota, es que a este tu servidor le ha concedido la felicidad de llegar a cincuenta.
Por lo general relacionamos equivocadamente la palabra cincuenta con algo que está partido por la mitad, como si todo fueran porcentajes. Pero aquí nada está partido, para mí, cincuenta significa plenitud, hoy me siento completo. Mi esposa, mis hijos, mi familia, son pilares que dan fortaleza y cohesión a una vida llena de satisfacciones. Observar cada mañana los rostros sonrientes de las personas que amas es un justo premio que te indica que todo esfuerzo y sacrificio han valido la pena.
Víctor Hugo decía que “los cuarenta son la vejez de la juventud, y los cincuenta son la juventud de la vejez”. Con esa juventud, nos preparamos para enfrentar lo que sigue, nuevos proyectos, alcanzar nuevas metas, ver partir a los hijos y forjar sus propias familias.
¡Cuánta razón tenías, querido padrino, hubiera estado más de la chingada no llegar!