La Llorona (2)

Se dice que cuando una madre muere dejando desamparados a hijos pequeños, su alma empieza a penar...

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En un semanario editado por José Flores Muñoz se publicó una interesante versión de la Llorona. El relato es ubicado en los tiempos coloniales de nuestro país y es vinculado con la famosa Malinche. Dice el texto que Malinali, nombre original de Malinche, pertenecía a la etnia totonaca de Veracruz. Pero, por problemas en su familia, fue vendida como esclava a un cacique maya de Tabasco.

Años más tarde estos mayas se la regalaron a Hernán Cortés. Entonces fue bautizada como Marina. Gracias al dominio del náhuatl y de la lengua maya se convirtió en la intérprete del conquistador español. 

Se dice que Malinali era una mujer muy inteligente y bella. Cortés se enamoró de ella y en 1523 tuvieron un hijo, Martín. Con el fin de legitimarlo, Cortés planeó un casamiento apócrifo con Malinali. Pero no se consumó pues llegó de Cuba su legítima esposa. Para resolver el lío, Cortés casó de inmediato a la Malinche con Juan Jaramillo, a quien hizo riquísimo a cambio de su complicidad.  Tiempo después, Cortés le quitó a la Malinche a su hijo Martín y lo envió a estudiar a España. Doña Marina se disgustó. Por despecho se entregó a Jaramillo, quien nunca la había tocado, y tuvieron una niña.

Malinali aprovechó su riqueza para ayudar a los indios que eran maltratados por los españoles. Pero un sacerdote azteca, quien la consideraba traidora a su raza, la envenenó. La mujer falleció a los 28 años de edad. Cuentan que sus últimos pensamientos fueron dirigidos a sus dos hijos, los cuales quedaban huérfanos.

Se dice que cuando una madre muere dejando desamparados a hijos pequeños, su alma empieza a penar, y eso sucedió con la Malinche. Poco después, por el rumbo de la iglesia de la Santa Veracruz, de la Ciudad de México, se cuenta que empezó a aparecerse su espíritu. Este se dirigía primero hacia la Catedral Metropolitana pero continuaba hasta el lago de Texcoco, en donde desaparecía. 

Los habitantes de esta ciudad escuchaban aterrados, cerca de las diez de la noche, los espantosos gritos que la aparición emitía: “¡Ay, mis hijos!”. Debido a este lamento, al espectro se le llamó “La Llorona” (Continuará).

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