Los derechos del espectador

"Todas mis cosas las pienso donar, me gustaría hacer un museo”. Así es Fernando Betancourt, generoso, apasionado del teatro y la vida.

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Fernando Betancourt es uno de los teatreros potosinos más queridos por la comunidad escénica. Fundador del grupo “Zopilote”,  mantiene una larga carrera que empezó en las plazas públicas,  pueblos, mercados. “Todos aportábamos según nuestras capacidades y necesidades. Cuando fundamos el grupo, nos preguntaban: ¿Por qué ese nombre tan feo? Porque el zopilote recoge todos los desechos, limpia el paisaje de la carroña. Nosotros trasladamos eso a lo social, a depredar la carroña política y social del país. El grupo se fundó en el 67, en el 87 lo enterramos. Mi hermano y yo seguimos haciendo teatro. Él escribiendo sus obras y yo dirigiendo, actuando, organizando encuentros”.

En un almuerzo en su casa, adornada con diablos e infinidad de máscaras, Fernando habla de sus inicios y cuando el  gobernador lo mandó a llamar para decirle que no podía dar más funciones de “Crónica de un dos de octubre”. “Nos salvó la vida, cuando pasé por el teatro  había policías rodeando el edificio. En Mérida dimos una función, llegó la policía y nos quiso levantar, pero se metió la gente y nos defendió”.

Fernando habla de lo que ve, es como un diablillo de su colección “Hace poco vino un grupo español “Los Hermanos Oligor”. A nosotros nos pareció espantoso;  el actor hablaba muy bajo, era desesperante porque no se le entendía nada. Nos dijo a los espectadores que empezada la función no podíamos salir, nos hizo rehenes  de sus ching… en el escenario. Mi hermano no aguantó más,  se levantó y paró la función. 

Pero el actor dio pie para eso porque se metió con el público, estaba agrediendo mucho a una señora, decía unas cosas muy pinches. Si el actor se mete con el público, el público también puede meterse con él. Además es una actitud muy chafa de los payasos inmundos que hay en toda la república,  se meten con el público y lo arremedan, se burlan de él, y el público aplaude. Ahí nos preguntamos ¿Qué pasa con los derechos del espectador?  ¿Por qué no impugna una obra que no le gusta?”

Junto a una banda de diablos, cuelga la imagen de un ángel de la guarda. “Es un regalo de mi mamá, mi hermano y yo nos desafanamos de la iglesia a los diez años. Ahora uno se da cuenta de la perversidad que hay en cierto sector del clero. Yo celebro a los curas que están en la teología de la liberación: Méndez  Arceo, Samuel Ruiz.

Pero no creo en los que viven como reyes. "Todas mis cosas las pienso donar, me gustaría hacer un museo”. Así es Fernando Betancourt, generoso, apasionado del teatro y la vida, que cultiva sus diablos y no se cuece en infiernitos: un artista verdadero.

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