Los jesuitas

Pocas órdenes religiosas hay tan discutidas y discutibles como la Compañía de Jesús...

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Pocas órdenes religiosas hay tan discutidas y discutibles como la Compañía de Jesús, los jesuitas. Desde su nombre que tiene las resonancias militares del oficio que tuviera su fundador antes de convertirse en soldado de Cristo, hasta sus actitudes, epítome de la hipocresía o de lo más avanzado e “izquierdoso” dentro de la Iglesia católica.

Ese contraste de percepciones llevó, primero a la expulsión de los jesuitas de España y sus colonias y, poco después, a la supresión de la orden en 1783. Para unos, fue una victoria de la ilustración sobre el oscurantismo; para otros, entre los cuales me cuento, fue una victoria del despotismo “ilustrado” contra un modo de ser barroco que aún hoy nos explica, por lo menos a los latinoamericanos. 

En este mes, el 7 de agosto, se han cumplido los 200 años de la restauración definitiva de la Compañía, por medio de la Bula Pontificia “Sollicitudo omnium ecclesiarum”, promulgada por el Papa Pío VII. Hoy ocupa la sede pontificia un papa jesuita, Francisco, que ha dado signos de cambios indispensables en la iglesia. Para conmemorar la fecha de la restauración definitiva, el actual superior, Adolfo Nicolás, sugería en un texto de fines de noviembre del año pasado a quienes son jesuitas y a quienes somos sus amigos:

“Como bien sabemos, memoria e identidad están ligadas por profundos vínculos: el que olvida su pasado no sabe quién es. Cuanto mejor conozcamos nuestra historia y cuanto más profundamente la comprendamos, mejor nos entenderemos a nosotros mismos y mejor conoceremos nuestra identidad como cuerpo apostólico en la Iglesia.

“Deseo también que durante 2014 nuestra oración personal y comunitaria, por medio de la reflexión y el discernimiento, den profundidad al estudio de la historia. Pienso que el mejor modo de entrar espiritualmente en este año tan especial es buscar la gracia que san Ignacio nos propone en la Contemplación para alcanzar amor: pedir al Señor cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconosciendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad (EE 233). En otras palabras, no sería deseable que nuestra atención quedara fijada sólo en el pasado. 

Desearíamos comprender y estimar mejor nuestro pasado para así seguir caminando hacia el futuro, en nuestra vida y nuestra misión de hoy, con renovado impulso y fervor.

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