Los locos no tienen la culpa

Cada fin de año parece ser peor que el anterior, las calamidades que se presentan en el ciclo que termina parecen vaticinar el verdadero fin del mundo.

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La vida entera del hombre no es otra cosa que un juego de locos”. Quinientos años después de ser redactada, la sentencia con que termina el apartado XXVII del Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam, nos vuelve a recordar quiénes somos, qué nos duele y a qué horas vamos al pan.

Cada fin de año parece ser peor que el anterior y las calamidades que se presentan en el ciclo que termina, las vemos como un anuncio más de la llegada al muy anunciado fin del mundo, que ya nos ha dejado plantados más de una ocasión.

La misma vida de Erasmo, llamado bastardo por ser hijo de un cura y la hija de un médico, es un ejemplo de nuestra capacidad de renovación y de que los problemas pueden ser tomados por dos vías: la del azote o la de una actuación demente que conduzca a la solución.

En el Elogio…, de Rotterdam, realiza un resumen ejecutivo de los dogmas y leyendas del pensamiento antiguo, y se introduce en la mentalidad, vicios, virtudes, achaques y prejuicios del hombre de todos los tiempos. Al releerlo, notamos que en alguna medida no hemos cambiado tanto como pretendemos. Y que por episodios como la matanza en la primaria Sandy Hook de Newtown (que algún locutor matutino convirtió en “Newton”), Connecticut, la ejecución con saña de 11 lugareños en Guadalupe y Calvo, en Chihuahua o el regreso del PRI, se quiere culpar a los locos.

Si bien en esta obra, Erasmo recomienda ser un poco locos como medicina para no enloquecer, muy triste es que ahora se quiera culpar a los orates, cada que se perpetra un crimen, fraude o violación. Y que no se investigue hasta sus últimas consecuencias y caiga quien caiga, a la verdadera culpable de todo mal: la solemnidad.

Este pequeño elogio al Elogio… viene a cuento, pues me volví a decantar por esta obra maestra —ante la confusión de tanta novedad bibliográfica— a la hora de elegir el regalo para un buen amigo que lee todo lo que le pongo enfrente. Se dará cuenta de que es una lectura sana que redime comportamientos tan humanos como vituperados como la afabilidad, la adulación, la pereza, el placer y el disimulo. Que la disfrutes, profe.

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