El Plan Nacional de Prevención del Delito presentado el martes por el Gobierno Federal justifica las acciones del gobierno calderonista de lanzar la cruzada contra el crimen, o por lo menos es una aceptación tácita de que había que agarrar al toro por los cuernos.

Para rescatar el tejido social, el programa peñanietista se focaliza en cuatro ejes: prevenir la violencia escolar (bullying) y doméstica, las adicciones, y detectar a temprana edad los problemas conductuales y de aprendizaje.

En este tenor, se deben reconocer los esfuerzos por rescatar los espacios en manos del crimen organizado, iniciado con Calderón, y a lo que Peña Nieto dará continuidad con el fomento a las culturas de la paz, el urbanismo social, la convivencia y cohesión comunitaria, todo ello para motivar la participación ciudadana.

Este último esfuerzo nos parece el más plausible, pues se retoma el sentido de pertenencia que se ha ido perdiendo con el crecimiento de las ciudades. Hoy no conocemos a los vecinos y mucho menos interactuamos con ellos.

No obstante, llama la atención que el presidente Peña Nieto afirmara que ahora la delincuencia no se combatirá con más militares o policías en las calles, ni con mejor armamento, sino con prevención.

Y es que en el discurso del Gobierno dice que se quiere regresar a soldados y marinos a sus cuarteles, pero al mismo tiempo se refuerza con ellos la seguridad en Tamaulipas, La Laguna y otras zonas conflictivas.

Consideramos esto un golpe bajo a las milicias y policías federales, pues casi se les culpa de la espiral de violencia en el inicio de este sexenio. Sin embargo, las llamadas policías comunitarias -que cunden en el país- piden su presencia, porque, insistimos, sólo en ellos confían.

Quizás el Gobierno espera el próximo 19 de febrero, Día del Ejército, para reconocer el sacrificio y valor de los militares para garantizar la seguridad de los mexicanos en todo el país.

Es lo que esperamos.