Nos reclaman, con razón, que en el índice mensual de ejecuciones que presenta MILENIO desde principios de 2007, rara vez se hace referencia a los estados y regiones donde la violencia se mueve a la baja o, llanamente, ha desaparecido. Va, pues, esta relación.

Comienza con Yucatán y Baja California Sur: cero ejecuciones en 2013. Sigue con Campeche, una; Tlaxcala, cinco; y Aguascalientes, nueve.

Querétaro es otro buen ejemplo. Si se suprime el inusual dato de ocho ejecuciones en febrero, su promedio desde hace tiempo se mantiene debajo de 1.5 ejecuciones al mes.

Quintana Roo, otrora territorio de matanzas, y pese a un mal marzo (ocho ejecuciones), registra en 2013 un promedio de una ejecución cada cinco días. Y Chiapas, una cada 12 días.

En otra escala destaca Nuevo León, una de las entidades más castigadas por las bandas criminales. Aunque los números siguen siendo altos, no se cuentan 100 ejecuciones mensuales desde mayo.

Michoacán y Baja California pueden afirmar que en el primer trimestre promediaron menos de una ejecución diaria.

Llaman la atención, asimismo, los números de Guerrero. De una media de 121 ejecuciones en 2012, ha podido bajar a 70 en el trimestre.

Con un paso más lento, complicado, Sinaloa comienza a marcar a la baja también, sobre todo si se compara con el primer semestre de 2012, por no hablar de 2008, 2009 y 2010.

Son solo cifras de un solo indicador: ejecuciones por estado. Pero sirven para ilustrar en dónde, al parecer, se está tomando con seriedad y eficacia la tarea de reducir la violencia.

Y es cierto: el índice de ejecuciones es mucho más que la suma total nacional de muertos.