Los silencios destructivos

Es poco fácil poner en palabras lo que se siente, lo que se quiere, lo que se necesita por miedo a ser rechazados o descalificados.

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El otro, por ser diferente, puede ser complemento, o quizá opositor pero nunca mi enemigo. La vida es demasiado corta para tener enemigos.- Anónimo 

A veces cuando hay situaciones conflictivas entre dos personas, el silencio se utiliza como una manera de expresar el coraje y/o la molestia y realmente es una forma de agresión. Puede suceder que no se le diga al otr@ lo que ha causado la molestia y como  no tiene la “bola de cristal” empieza a hacer una revisión o a imaginarse las posibles conductas que provocaron ese silencio de disgusto que puede durar varios días. La situación se agrava dando lugar a una mayor ruptura al no hablar de lo que está pasando. Por ejemplo, cuando las parejas temen hablar del conflicto, esto trae repercusiones serias en sus relaciones íntimas y conlleva resentimientos muy peligrosos y destructivos. 

Es poco fácil poner en palabras lo que se siente, lo que se quiere, lo que se necesita por miedo a ser rechazados o descalificados. El miedo paraliza. Se puede con inteligencia encontrar razones fuertes para que surja el valor, la voluntad de hablar del asunto tomando en cuenta que, si cuidamos dos maneras indispensables, tales como: hablar sin agresividad, esto es, referirse a los hechos sin echar culpas y sin sentirnos culpables por lo que expresamos, se pueden clarificar las intenciones y hasta los malos entendidos. Tratar con respeto a uno mismo y a la otra persona. Hay que respetar los derechos humanos propios y los de los demás y darnos y dar la oportunidad de llegar a acuerdos y negociaciones y no a resentimientos. 

Todos necesitamos hacernos responsables de nuestra vida, de nuestro proceso de desarrollo, de nuestros sentimientos, de nuestras percepciones y de nuestras necesidades afectivas. Ejemplo, si digo: “Me siento frustrad@”, al expresarme en primera persona, me estoy haciendo responsable de mi sentimiento y no culpo a nadie; no descargo responsabilidades en otros. Si expreso: “Necesito un apapacho”, sé que soy yo quien necesita esa caricia y por eso lo pido a la persona que creo me la puede dar. 

Vale la pena considerar cómo es nuestra autoestima y decidirse de una vez por todas a utilizar el derecho humano de hablar, de pedir lo que se necesita, de expresar estados de ánimo y sentimientos, en lugar de pretender que los demás adivinen nuestros deseos, intereses y molestias. Hagámoslo con respeto y honestidad y las relaciones con los demás fluirán mejor y todos ganaremos con esta manera de ser.

¡Ánimo! hay que aprender a vivir.

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