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Entrego este texto sin saber si los ocho intelectuales invitados llegaron a la cita con Enrique Peña Nieto. Quiero pensar que asistieron y la charla fue rica en anécdotas y reflexiones. Una reunión interesante y amena, en fin, que no ocultará los problemas del equipo del presidente electo para hacer contacto con la intelectualidad mexicana.

Por supuesto que los invitados forman parte de lo mejor de esa élite. ¿Qué se le puede regatear a Miguel León-Portilla, o a Eduardo Matos Moctezuma? ¿Qué a la carrera cultural-institucional de Rafael Tovar y de Teresa? Pero la imaginaria lista de los que podrían haber estado reafirma la idea de que la mayoría de los intelectuales no quiere sentarse con Peña Nieto.

Y vaya si son comprensibles la desconfianza y sospecha de los duros, y también de los moderados. Es muy fresco el recuerdo del foxismo ignorante, inculto y estúpido (necio, falto de inteligencia), como para no hacerle el feo a una presidencia que perfila un futuro igual de iletrado.

Peña Nieto respondió rápidamente a las críticas de los jóvenes, y a las muchas sobre corrupción, opacidad, publicidad encubierta. Vaya, se ve que tomó un quick learning de inglés para alejarse del "push the red button". Pero no ha movido un dedo para superar el agravio de los tres libros en la Feria de Guadalajara. Y de aquello está por cumplirse un año. ¿Por qué querrían los escritores, pintores, músicos, directores, historiadores, antropólogos, críticos, filósofos reunirse con él? ¿Para hablar de qué?

Le quedan tres semanas para demostrar que leyó, bien leídos, al menos tres libros. Y eso sería apenas un prefacio.

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